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sábado, 21 de enero de 2012

Y después de todo...


¿Y si después de todo, descubrimos que nuestra vida estaba ya escrita? ¿Qué ya alguien se había encargado de trazar nuestro destino? A ver… pensábamos que nos la estábamos comiendo con cada decisión. Creíamos que existía la posibilidad de ser iguales y no más quedados o adelantados que otros. Resultaría entonces que no éramos más vivos o inteligentes, sino simplemente, que teníamos una tarea predicha qué llevar a cabo. Sería un aburrimiento en retrospectiva, pensar que no importaba qué soñáramos, qué nos trasnochase pensando, sufriendo, gozando, el rumbo era el asignado… nada más. En ese caso, sólo nos quedaría juzgar la tarea que nos tocó. En ese caso, sólo nos tocaría la nada desperdiciante tarea de saber si nos hubiese gustado otra asignación, otro no sé… algo más. Me imagino a los ochenta y tres (dado que pude leer mi tarea y cuándo terminará), muerto de la arrechera, tal vez mirando al cielo, con mi cuaderno lleno, amarillo, engordado de tanto manosear en mi mano izquierda, mientras señalo al cuaderno del vecino, mucho más dulce, menos ampollante.

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