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lunes, 23 de enero de 2012

Extraña entrevista


El futuro empleado atendía a una variedad de ejecutivos sentados en la sala de su casa, mientras su dulce madre les ofrecía café y galletas. Cada uno de los personajes, entre 45 y 57 años esta vez, se miraban entre si y se frotaban las manos como nerviosos por lo que habría de venir en un rato.
Alberto, el joven que recién había renunciado y regresado de sus vacaciones para trabajar de nuevo, esperaba sentado en el sofá del estudio a que pasara cada uno de sus potenciales empleadores. Recién bañado y entalcado, se peinaba las cejas: total, uno de ellos sería su jefe en pocas horas.
–¡Mamaaaá, pasa al primero, por favor! – gritaba Alberto.
–Beto, no grites. Compórtate – le dijo Laura, con mirada pícara.
Después de unos segundos, la adorable señora hacía pasar a un hombre alto, calvo, catire, que se sacudía los restos de galleta de sus manos. Después de sentarse en la silla rígida que Alberto le señaló.
Alberto, abriendo una carpeta de grueso contenido, mirando de lado a lado como buscando sin encontrar, frunció el ceño y preguntó:
– Ud. es el señor…
– Esculapio, muchacho; Esculapio Schnitzer, de Plástico Jones, C.I.C.P.C.
Alberto, con un estilo muy vanguardista en eso de las entrevistas, se inclino hacia adelante y asestó:
– Esculapio, vamos al grano: Necesito trabajar en un buen sitio, que mantenga la estabilidad que he dusfrrutado hasta ahora–mientras señalaba el entorno–. Acabo de salir de una empresa que no valoró mi esfuerzo y mi dedicación, y ahora estoy en este molesto trámite de entrevistas. ¿Qué me puedes decir, Esculapio?
El señor Schnitzer, ya con gotitas de sudor en la frente y en el nié (el huequito entre la nariz y la boca), meneando el pié izquierdo y entrelazando los dedos, comenzó:
– Alberto, mira, yo tengo treinta y cinco años de experiencia supervisoria en esta empresa, y estoy seguro de que la nuestra será una buena relación laboral, cuidando, como dices, tu estabilidad y valoraremos tus esfuerzos y capacidades; no tengas duda de eso.
Alberto, descruzaba las piernas, y tomando una aspiración con expresión dubitativa, le preguntó a Esculapio:
–Mira, Schnitzer, ya yo he pasado por este tipo de cosas antes, por eso te agradezco que dejes de una vez esa retórica barata y me digas con qué problemas me encontraré en tu organización.
Esculapio, primero atónito por semejante solicitud, asentó los pies en el piso y respondió después de botar algo de aire:
–Está bien. Si eso es lo que quieres… mira, Alberto… ¿te puedo llamar Beto?
–No.
–Ok, Alberto, yo reconozco que a pesar del esfuerzo que hemos hecho en la junta directiva para motorizar la eficiencia en los niveles operativos, esto no ha dado los frutos que hemos esperado. Es así, como podrías encontrarte con falta de compromiso, de amor por el trabajo. Es sólo una posibilidad, Beto…
–Alberto.
– Si, Alberto, que no tengas los compañeros y supervisores que soñaste.
Esculapio, levantándose de la silla y acomodándose la falda del traje, y con cierta solemnidad, pronunció sus últimas palabras:
– Alberto (como buscando aprobación), te aseguro que podrás conseguir lo que buscas en nuestra corporación. Te prometo que haremos lo posible por corregir nuestras fallas, hasta hacerlas desaparecer. Nuestro objetivo es el bienestar para todos nuestros empleados, y claro, si queda, para nosotros, la Junta.
Alberto, todavía sentado, y mirando al espigado y enfluzao personaje, se levantó; y sin quitarle la mirada de los ojos, extendió la mano y dijo:
–Eso espero, Esculapio… Eso espero. Te estaré llamando.
Esculapio, casi haciendo reverencia, caminaba hacia la puerta y luego desaparecía.

Alberto, haciendo una mueca de “qué vaina con esta gente”, se sentaba de nuevo y abría su laptop.
–¡Mamaaaaá! ¡Ven acá!
Laura entró de nuevo en el estudio, casi de puntillas y mandando a callar a su hijo:
– Pero Beto, ¿cuántas veces te voy a decir que dejes la gritadera? ¿Qué pasó?
– Mami, dile a los viejos esos que vengan después. Voy a revisar el Face.
–Sí, precioso–dijo, propinando un beso en la frente, y saliendo del estudio.

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