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sábado, 14 de enero de 2012
Certeza en la lejanía
Son franjas muy
delgadas. Son capas que apenas tienen grosor. Los caminos a tomar son
infinitos, pero el modo es tormentosamente estricto. Se avanza más, cuando más
firme se pisa, como en el agua. Pataleos y berrinches están a la orden del día
para abandonar esos caminos. Cualquier excusa es buena, cualquier pretexto gana
validez a la hora de abordar o no. Estuve buscando ventas de paciencia, tiendas
donde ofrezcan prudencia, observación y sólo el grado de libertad que haga
efectivo todo el revoltijo, pero no las encontré. Un viejo, sentado en una
esquina me dijo que lo debía fabricar todo yo. Después de alejarme con un “si,
claro” en mi cara, comencé a caer, a tropezar, a llegar a sitios vacíos.
Transcurría el tiempo y vi que vendían las recetas, pero nadie las vendía
hechas. Qué fastidio, eso de querer más de lo que se está dispuesto a crear.
Pasaron años y trataba de entender el mecanismo, la manera, tal vez el milagro,
y aunque ya había logrado cosas de las que me sentía orgulloso, no tenía
aquello… y nada que se asomaba la posibilidad. Mucho más tiempo después, luego
de dar vueltas, de enderezar y torcer de nuevo, con unas cuantas cicatrices en
las manos, los ojos y los oídos, alguien me dijo con mucha emoción que ya había
logrado lo que siempre había querido, y con cara de extrañeza le dije que no,
que la búsqueda seguía. Pero resultaba que hacía tiempo que había pasado de
largo, que había dejado a un lado mis sueños iniciales y ahora navegaba sobre
toda una serie de experiencias, de curas dolorosas, de alegrías nuevas y
viejas, y mi sueño se había convertido en otro más lejano, lleno de más
riqueza, de gozo, e igualmente imposible de alcanzar. Es una alegría extraña la
de sentir que se ha avanzado, aunque no parezca más cerca.
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