Me engulló mi personalidad. Fui
tragado por mí mismo. Tuve la fortuna de desprenderme de la
influencia externa y comencé mi esperado viaje al interior. Me
desprendí de las cartillas, consejos y charlas de fuera y me senté
en un compartimiento secreto. Ya sin ruido, sin fastidios ajenos o
voces distintas a la mía, esperé un rato, mientras recorría con la
vista este nuevo paisaje. Mientras mi cuerpo y mi mente caminaban por
la calles, yo, desde dentro, miraban cómo se traducían internamente
las cosas que venía de afuera, e incluso veía que muchos de los
mensajes de la calle morían al entrar al oído, sin siquiera
pretender ser examinados en una instancia más importante. Aunque los
seres a quienes amaba seguían siendo decisivos en mis acciones, cada
vez iba experimentando un aislamiento que corría la cortina de luz
foránea poco a poco. Al parecer, en algún momento decidí darme mi
importancia y escuchar menos, ver menos. Mi aprendizaje se detuvo por
suficiencia. Darme cuenta ya pertenecía al pasado, y mis
conclusiones ya habían tendido la cama para el mejor de los
descansos. Con una sonrisa tenue, los ojos algo guiñados y con las
manos como almohada, comencé a escuchar un agradable zumbido que
poco a poco se hacía más fuerte. En sólo unos minutos ya habia
escuchado aquella explosión de agrado que me dejó ciego de repente
y al frotar mis ojos, sólo pude recuperar las dos o tres cosas que
merecían mi atención concienzuda por lo que me quedaba de vida.
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