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viernes, 20 de enero de 2012

Autoengullido


Me engulló mi personalidad. Fui tragado por mí mismo. Tuve la fortuna de desprenderme de la influencia externa y comencé mi esperado viaje al interior. Me desprendí de las cartillas, consejos y charlas de fuera y me senté en un compartimiento secreto. Ya sin ruido, sin fastidios ajenos o voces distintas a la mía, esperé un rato, mientras recorría con la vista este nuevo paisaje. Mientras mi cuerpo y mi mente caminaban por la calles, yo, desde dentro, miraban cómo se traducían internamente las cosas que venía de afuera, e incluso veía que muchos de los mensajes de la calle morían al entrar al oído, sin siquiera pretender ser examinados en una instancia más importante. Aunque los seres a quienes amaba seguían siendo decisivos en mis acciones, cada vez iba experimentando un aislamiento que corría la cortina de luz foránea poco a poco. Al parecer, en algún momento decidí darme mi importancia y escuchar menos, ver menos. Mi aprendizaje se detuvo por suficiencia. Darme cuenta ya pertenecía al pasado, y mis conclusiones ya habían tendido la cama para el mejor de los descansos. Con una sonrisa tenue, los ojos algo guiñados y con las manos como almohada, comencé a escuchar un agradable zumbido que poco a poco se hacía más fuerte. En sólo unos minutos ya habia escuchado aquella explosión de agrado que me dejó ciego de repente y al frotar mis ojos, sólo pude recuperar las dos o tres cosas que merecían mi atención concienzuda por lo que me quedaba de vida.

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