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sábado, 14 de enero de 2012

Te acercas...

Te acercas e invades mi espacio vital. Pasas la barrera puesta para espantar a los extraños. Puedo sentir el olor de tu pelo, de tu piel, de tu aliento. No te has dado cuenta, pero las circunstancias te han acercado a mí. Aunque no te conozco, pudiera ser que ya quisiera. Mis ojos se cierran y mi nariz escudriña tus cabellos, con la excusa de un accidente. Tus orejas, perfectamente fabricadas, giran y dan paso a tu mirada de transeúnte. No logro dar con el detalle que me entorpezca el momento, y al pasar de los minutos no lo quiero encontrar. No puedo preguntar. No puedo precipitarme, aunque sé que ya te vas de aquí. No puedo ilusionarme con algo que solo me maravilla por unos instantes. Tu mirada compasiva y tu sonrisa disimulada me enganchan las ganas de saltar estos pocos centímetros y cometer el error de colocar la rodilla en el suelo y extenderte mi mano. No sé si eres ajena, si quieres no pertenecer. No sé nada que me pueda indicar que esta aventura fugaz se quede un rato en mi vida, incluso para abandonarme. No sé nada. No sé nada y comienzo a verte escurrirte entre la gente. No sé nada y te pierdes entre quienes saben lo mismo de ti. Después de un momento, sólo sé que fui parte de tu entorno indiferente. Después de bajar la mirada, sé que no fui nadie en tu vida, en tu viaje efímero de hoy. Parezco un grifo a punto de derramar sus ilusiones sobre el primer sendero que invita. Parezco la desesperación de saberme solo. Parezco, después que te fuiste, un retazo de vacío que intenta succionar algo que no parezca un desengaño miserable, involuntario.

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