Tu porte, tus ojos claros, tu bufanda.
Tu caminar me hicieron fijarme en tu silueta. Un libro entre tus
manos revelaba intereses, algo de pasión. Mientras esperábamos, te
movías de aquí para allá y de allá para acá, dejando ver tu
cabello perfectamente recogido, tu frente tersa, apta para un beso
travieso. Me preguntaba qué escondía ese abrigo para el frío,
mientras sentía el olor de tu perfume. Tus botas anilladas
terminaban de poner el toque puntiagudo a tu elegancia repentina que
tuvo a bien adornar mi mañana. Sólo en ese momento, cuando me
atreví a acercarme con una pregunta increíble para conocer tu voz,
vi un detallito terrible que apagó todos los focos que encendiste a
lo largo de aquellos, efímeros minutos... ¡Chaíto!
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