Un
sabor espeluznante en los labios. Sin tocarte, sin acercarme. Destapas mi
tremendamente logrado escudo contra las vulnerabilidades. ¿Vieja costumbre
tuya? No lo sé. No sirve de nada saberlo. No suma. Pero hay reclamo, hay
distancia. Tampoco sirve de mucho saber si es voluntaria o no. La selección es
indudable: estoy fuera. Debo pensar que no hay tragedia porque no la hay. No la hay. Hay
recuerdos con cuerpo y semejantes ojos; pero tragedia no. Si no mirarte es un
requisito, lo asumiré con cierta reticencia. Si debo respetar el campo a tu
derredor, no hay problema. Pero en la clandestinidad, en la oscuridad, por el
medio electrónico posible seré tu fiel admirador, tu pretendiente fantasmal, tu
amante de papel. Te haré caricias con frases, te miraré como me dé la gana
desde mi soledad privada; te haré el amor y sentiré tu aroma desde este teclado
de mierda. Pero lo haré. Lo haré porque me da la gana y no estarás para
impedírmelo. No te pido permiso para ello; seré un ladrón que, en su travesura
catalogada de peligrosa por los sesudos de relaciones, de sociedades, hará
estragos como un niño al encontrar el juguete soñado.
Si le gusta, mejor. Ha de ser “bueno”. Si no, la
verdad es que no me importa… no mucho.
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