Muerte opaca. Muerte sin luz.
Yazgo en este sitio, solo, recogiendo amarga cosecha. Nadie se anima a recoger
el último cuento con mi nombre al dorso. No se me ocurre, por insólito que
parezca, encontrar un último modo de atraer la atención. No
encuentro cómo llenar el escenario de mi último discurso, ensayado ya desde que
fui apresado por la
mecedora. El llanto de berrinche no atrae a nadie. No hay
ruido que pueda ya hacer que abra la puerta y deje entrar a alguien que me tome
la mano, que permanezca de rodillas, pendiente de mis últimos votos. La muerte
triste, la despedida según el formato establecido no es posible sin audiencia,
sin nadie que aplauda, que cierre los ojos entre lágrimas. Lo miserable que me
siento en mis intermitentes momentos de honestidad no me permite hacer mi
teatro completo, mi obra maestra, mi última manipulación. Qué vaina, no nadé y
sin embargo, ahora muero en la orilla; algo, si se quiere, injusto con muchos,
pero ni siquiera ahora asumiré tal vergüenza. Total, mientras veos estas
sombras negras levantándome, comienzo a disparar quejas, a pedir auxilio, a
tratar de dilatar el momento para que llegue alguna modesta multitud y me
declare su amor.
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