Vivió
con ganas, pero no las sació. Se preguntaba de dónde provenía el deseo, el
apego. Mientras, seguía caminando, resistiendo la tentación, el desvarío, la
ebriedad. Era una roca blanda por dentro, y a la vez que miraba pasar lo
exquisito, lo brillante, lo desaforado, su dura corteza no le concedía un
resbalón, una mala experiencia potencial que le brindara base decente de
reflexión. Y así dejé de verla, con la ebullición por dentro, con la vibración
de un monolito ávido, con las ganas de vivir algo que valiera la pena.
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