Seré
el varón domado. Domado con el látigo y la silla. Domado con sangre y lágrimas,
quedándose el domador con el sudor. Domado, después de rugir y rugir. Doblegado
por piel y aromas, dejando aparte la fuerza bruta y ajustando el instinto al
celo del mes, al calor que gobierna en esta dictadura edulcorada por la que
voté y apoyaré desde la guerrilla consecuente. Quiero mi presa, mi pedazo cálido de carne; quiero mi bocado tibio, con el que extorsionaron y por el que estoy
pagando bien caro; bastante placentero, por cierto… pero bien caro.
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