Escuché de un elefante de
toneladas amarrado por una pequeña cadena. Escuché que cuando pequeño haló
tanto la cadena, que decidió ya no intentar más… y lo cumplió. Ahora, se ve un
gran cuerpo, balanceándose de un lado a otro, dando pasos recortados, y a pesar
de su capacidad descomunal, atado a una inocua cadena, y a un impedimento de
espíritu, ahora se ve algo que tiene explicación de sobra para quien conoce la
historia; ahora se ve algo fácil de juzgar a simple vista, fácil de catalogar
como una locura, elemental para cualquier transeúnte de mirada seudo
intelectual. Historia ajena. Cuento de otro. ¿Cuál es el próximo paso,
entonces, distinto de uno a la derecha, uno a la izquierda y atrás?
Posiblemente, para nuestro desafortunado amigo, sea uno de esos tres. Una
mirada condescendiente es su respuesta a mi propuesta de echarle un jalón a
eso, e imagino muchas cosas que puede significar esa mirada. Como transeúnte
autorizado, según yo, ejerzo mi mejor intención. Es mi deber. Pero después de
conversar, de mirar, de tratar de colocarme en sus zapatos, no sé si sólo soy
un fastidio, alguien que rompe equilibrios, un vándalo invasor de entornos que
siempre fueron. Tal vez deba examinar el propio crecimiento; tal vez tenga yo
alguna cadenita agarrándome por algún lado y sólo puedo apreciar la ajena… ya
vengo.
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