Me di el permiso, claro que sí. Me
di la licencia de tomar lo necesario, sin tomar en cuenta el orden, la
conveniencia según catálogos. Me sentí pecador, transgresor, delincuente. Sentí
que desmontar categorías para saber qué quiero era un delito sin igual. Sentí
que borrar las barreras, las líneas, las órdenes para sentir lo que necesitaba
era un entuerto irresoluble. Sentí, además, que ensartar piezas salteadas en mi
propio hilo, trozos parecidos a mí en mi propio tejido, era una lápida sobre mi
espalda. Pero también me di el permiso de sentir que no era prohibido, que no
era digno de persecución por eso, que no era lo más bajo del estilo; y así pude
disfrutar de un montón de minutos juntos de puro bienestar; minutos que sueltos
no lograban desatar una chispa, ahora cosidos unos de otro hicieron explosión y
salió la sonrisa, nació la sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario