No seas balurdo. No seas
vulgar. Mira que hasta para torcer la moral también se necesita algo de
prestancia. No se trata de gritar tus logros amorfos por las calles, desde
cualquier tarima. El asunto no es restregar en la cara del que puede ser tu
aprehensor… ¿No logras ver lo estúpido que luces? Tu mente excesivamente joven
te imagina como el redentor primigenio de lo que en realidad es cuento viejo y
vencido. Bájale dos, como dicen los muchachos, y abre bien los ojos, el entendimiento;
deja pasar la estampida a tu lado y míralos desde aquí para que comprendas lo imbécil de esa cadencia. Intentas
bailar sin oído, cantar sin voz, manotear al malhechor. Coño, panita, hazme el
favor de dejar el sobresalto y sentarte en silencio. Concédeme no saber de la
noticia de tu arrollamiento por parte de lo que ahora llamas una vida de
verdad.
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