La contaminación de la ciudad se
derrama hacia adentro, eliminando los aromas escondidos, los jardines
cautivos, los silencios prístinos. El humo tapona la mirada
brillante y la opaca. La hipertensión de la muchedumbre produce la
propia y la lleva a la cama, aletargando la mínima pasión para
decir que se vivió. El cuadriculado del piso en la calle succiona
mis sutilezas y las obliga inexorable, rebanándolas cual cuchilla de
toneladas. En este punto, necesito un buen rato sin pensar en el próximo paso, sin
pensar en la próxima estructura a jurungar, en la siguiente molienda
a la cual someterme. Necesito más soledad, más piel, más calidez;
menos multitudes enredadas, menos muchedumbres sin nada por decir,
menos procesiones con efectos de tumulto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario