Hace muy poco, al abrir
el sobre de la carta recibida, me di cuenta, creí encontrar la verdad. Fue un
momento de iluminación. Creí dar con la piedra angular de todas las verdades de
mi vida. Fue un buen momento, hasta que comencé a notar pequeños agujeros en mi
nueva, en mi flamante verdad. Fue devastador, a pesar de ser una nueva
adquisición, de no costar mucho trabajo, de no haberme encariñado. Resultó una
pequeña verdad, una minúscula verdad que no por eso perdió sus propiedades,
pero definitivamente era sólo una pieza pequeña uniéndose a un gran
rompecabezas. Entonces recordé que en algunos momentos de gran descubrimiento
muchas de esas verdades comenzaron por ser una gran mentira para luego ocupar
su lugar contributivo en el paredón en el que diariamente somos fusilados por
una verdad que no se deja ver de una sola vez, que se empeña en permanecer
oculta, en aparecerse sólo por retazos frustrantes.
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