Hablaremos de nuestras creencias. Nos
sentaremos cómodamente, relajadamente, en actitud de escuchas
atentos, como en raras oportunidades. Comienzan los argumentos con
preguntas de exploración. Dadas que nuestras doctrinas son opuestas,
se hace cada vez más interesantes las respuestas con sentido que
escuchamos desde cada lado. Aparecerá, poco a poco, una niebla de
apertura, de claridad, de deshinibición, y podremos decir lo que
sentimos mientras el otro escucha, comprende y comete el pecado de
ponerse en los zapatos del otro por unos minutos. Sin que nadie nos
vea, como dos fugados de la moral de cartón, comenzaremos a
rociarnos con el pensamiento del otro, con el fundamento del otro.
Nos enjabonaremos, en este paraje de nadie, con las razones que no
suenan ajenas. Se habrá formado una sola manera de pensar, de creer,
de manifestar nuestra nuevo sendero a la felicidad, y sabremos al fin
que hay otro camino más fácil a la paz; sin juicio previo, sin
fórceps, sin empujones ni jalones. Todo comenzará a fluir, a
flotar, a avanzar... hasta que lleguemos a la próxima estación,
suene un timbre o se haga la hora de despedirnos, cuando debamos
bajar de la niebla al suelo de siempre; y entonces debamos someternos
al día a día destructor de pareceres, de pactos redentores, de
verdades colectivas.
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