Un disparo de un arma
mortal, un empujón al precipicio, la humillación cara a cara. No hay duda,
destructivos todos; inmediatos los escombros y la decisión que sobreviene.
Distintos a estos cataclismos, sobrevienen otros de silente presencia, de
corrosiva tarea. Gramos de abandono, pizcas de indiferencia, migajas de
sinsabores. Como termitas en la madera, como la humedad en las paredes, como
lenta enfermedad se van minando las patas de la mesa, de la cama, de los días.
Trampas de tiempo. Trampas camufladas en el caminar cotidiano. Nudo del zapato
que se afloja y no mata… por ahora. Sonrisas forzadas cada vez. Caricias sin
fuerza, palabras vestida de inercia, presencias casi transparentes. Ergo,
disparos de lentitud insospechada que entra en la piel, en el alma, en la
mirada y apaga la existencia a pasos que no suenan, que no avisan a tiempo;
empujones en traje de caricias y nada menos que una nueva humillación a las
buenas intenciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario