Metí la pata hasta donde más no se puede. La sensación de
devastación creó una neblina que ciega cualquier posibilidad de ver los
escombros, los restos de algo que existió intacto, brillante, inmaculado. No
pude ver lo que se avecinaba, e ingenuo como un conejo, dejé deslizar la
calamidad hasta mi lado. Entonces, ésta explotó y dejó trozos de ilusiones
alrededor, creencias fracturadas, fragmentos de momentos irrepetibles ya. Tal
vez no quiera abrir los ojos todavía… no ahora. Esperaré el tiempo de las
cosas, el lapso establecido para ver hacia delante para dar el primer paso en
la dirección que, a duras penas, y siguiendo el dictamen dubitativo del miedo y
mi propia miopía, me lleve a un mejor instante.
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