Usurpadores de la felicidad. Inventores
de etiquetas que mutilan posibilidades. Ostentosos disfraces que tratan de
asemejarse al estado de ánimo original, tan perseguido como desconocido. La
ignorancia compra metrajes de camino tranquilo, sin dirección, sin sentido. La
risa burlona suicida pasa a mi lado y me da una zancadilla. Pero no caigo.
Tengo un tesoro en una mochila sucia por el polvo del camino. Tengo unas
cuentas casi invisibles en mis bolsillos, en mis alforjas, en mis amaneceres.
Tengo tesoros, que lejos de pesar aligeran el caminar. De haber probado ambos
platos, creo que prefiero mi felicidad clandestina, descatalogada, desterrada
por el miedo.
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