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jueves, 23 de febrero de 2012

Angustia... de nuevo tú

Angustia, preludio de la tragedia. Angustia, multiplicador atrevido de un futuro que no existe, que sólo se presume. Pero no apareces por casualidad, Angustia, no. Apareces con premeditación y alevosía, con una manzana en una mano y una fecha de expiración en la otra. Dejas probar una pizca de dulce y sales, un poco más adelante, un poco más lejos, con tu sentencia borrosa por ahora. Dejas que la sonrisa estire los labios y te levantas de tus posaderas. Dejas que el brillo nazca en los ojos, y sales de tu guarida, Angustia. Eres vecina ya conocida; eres “amiga” de la casa, de mi cabeza, de mis ilusiones, de mis sueños. Amiga porque no te alejas, como se pudieran presumir los amigos. Amiga porque hasta conozco el sonido de tus pasos, los que generalmente comienzan a sonar luego de las campanas, de los aplausos, después de que la audiencia se pone de pié. Por ahora, tu presencia no se hace extraña; más bien, sé cada paso que darás en el desmembramiento de mi novísima alegría, de su triste subasta a la burla, de su ligera oferta a la nada. Por ahora, me voy colocando más cerca del piso, arrodillándome y colocando el rostro, lentamente, contra el cemento frío, para evitar la ya consabida caída, mientras noto que se hace más pesado mi andar.

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