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martes, 14 de febrero de 2012

Había una vez tu moralidad


Había una vez tu moralidad. Había una vez tus ojos de juzgado inexorable. Había una vez tus argumentos válidos, claro; tus ideas de lo correcto y tus argumentos bien estructuraditos. Hubo una vez cuando eras juez y parte en el pleito que tú comenzaste hasta hundir el puñal en los culpables. Hubo aquellas ocasiones en las que te montaste más arriba del podio y tu dedo índice iluminaba a todos aquellos a quienes negarías el derecho a la defensa, a quienes la sentencia fue previa, sin aviso ni protesto. Y recuerdo tus palabras; y recuerdo tus conclusiones tan coherentes, tan provenientes de ti en ese momento de gloria autopropinada. Y ahora, te veo detrás de esos barrotes, en ese cuarto tan oscuro como los que destinaste a tus prójimos de aquellos años. Ahora, como un cuento repetido, como la triste historia de antes ya sabida, veo como bajas la mirada ante una pequeña verdad; veo como tus lágrimas impiden ver con claridad lo que pasa ahora, lo que pasó antes. Y no queda nada qué decir, sólo que lo siento mucho.

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