El experto experimentará
porque de ahí sale su conocimiento práctico. Ya basta de libros, de
metodologías, de propuestas. El experto cayó en su período de prácticas y por
mala suerte, cayó en tu camino, por lo que éste especulará ahora con el
radiador de tu carro. El experto, te mirará con su cara de diploma a juro y
formulará una hipótesis con tus riñones, dejándote boquiabierto con sus “Sis-Entonces”.
El experto se jurungará la barbilla y extenderá su sentencia acerca del bote de
la tubería de tu cocina. El experto no dudará en recomendar una tasa de interés
con base en un instrumento financiero que él “conoce”. El experto se levantará
después de escuchar tu cuento y mirar tu oreja, como buscando el saldo bancario
que tienes. Ese mismo experto diagnosticará pérdida total de cualquiera de
las cosas que te revisó y sin gesto dubitativo prescribirá un nuevo de lo que
sea que tengas y que ya casi no tienes. Una nueva válvula de vacío, un nuevo riñón,
una nueva inversión o un nuevo tubo de media pulgada y sus gomitas de las buenas vendrán a resolver el problema que,
según él, tú produjiste por no haberlo llamado antes. Yo no sé de eso, porque
el experto es él, pero desde que cambié la válvula, cambié el tubo y reinvertí
el dinero que me quedaba, estoy peor y ahora no consigo al experto desgraciado
ese. Qué riñones tengo yo…
Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
lunes, 31 de octubre de 2011
Nos la estamos comiendo
Como era buen diputado,
lo pusimos de presidente. Como era buen técnico, lo pusimos de supervisor. Como
hablaba mucho, lo pusimos de vocero. Como le gustaba dibujar, lo pusimos de
coordinador en Cultura. Como me cae bien, lo pusimos de asesor. Como es el alma
de la fiesta, seguro lo hará bien en Relaciones Públicas. Yo supe que él era
bueno en números, por lo que en Tesorería nos debe dar tranquilidad. Como no
había más nadie, lo trajimos y mi pana, creo que nos irá bien.
Venga, mijo...
Yo hablo un poco
estropiao, pero tú me entiendes. No tengo tus medios de expresión, pero puedo
decir lo que pienso, lo que necesito que escuches, lo que necesitas que diga. No
te me hagas el tonto, que estas arrugas no guardan desperdicio. Veo cómo
llegas, te sientas e intentas convencerme de cosas, mientras yo puedo ver a
través de ti y figurarme tus intenciones. Entiendo que no entiendas mis
negativas ante lo que me vendes como beneficio. Entiendo tu entusiasmo con lo
que acabas de aprender allá afuera, pero no cierres tus ojos y oídos al resto
de las fuentes. Eso fue hace algún tiempo. Ahora, veo cómo llegas y compartes. Ya
nos respetamos por igual. Ahora aprecio cómo escuchas y tratas de enmarcar lo
que aprendiste con lo que escuchas, y en medio de ese quiebre luces distinto,
más simpático, un poco más sabio.
domingo, 30 de octubre de 2011
Soñaba contigo
Soñaba contigo, con una
caminata por verdes y azules. Soñaba con el bienestar del corazón, del cuerpo,
de cada día. Soñaba con tu mirada durante conversaciones acerca de no sé qué,
decidiendo algún rumbo. Soñaba con la certidumbre con la que había soñado. Pero
coño, la sonrisa y el agrado de madrugada se notó inevitablemente, y ante una pregunta
que no entendí, terminé de despertarme a su lado.
La sonrisa sobrevivirá
La sonrisa sobrevivirá. Su invencibilidad se hará siempre notar y se
mostrará, como amaneciendo, como un telón que siempre se abre a pesar de lo
trágico de la obra. Como la flor entre las rendijas de la sequía, después de
apenas unas gotas de lluvia. A la sonrisa, en su inefable apariencia, en su
infinita inocencia, siempre se le ve entre los escombros de una guerra, entre
la pobreza incurable, como no queriendo entender que la cosa no es juego. En medio
de su peculiar locura, entre el frío y la frustración, entre preguntas sin
respuesta, la sonrisa se arrincona y pícara, se deja ver. En su inexplicable y sensual desnudez, en el brillo de su piel y su poder de curación, se enciende
el ingenuo deseo de poseerla, pero no se da a todos. Por ahí va, pues, esta venerable
anciana, sin querer morir, sin poder morir, dando de beber al desahuciado e
inyectando la locura necesaria para seguir el camino.
sábado, 29 de octubre de 2011
"Ya no me gusta"
Se destapó el basurero. Se reivindican los pecadores habituales y los
santos de siempre. Bienvenidos los comentarios en internet. Mis más perversos
sueños quedan en la microscopía comparados con cualquier frase airada en la red
de redes. Mis deseos, mis prohibiciones y mis frustraciones son el disfraz corto
que cada alias se coloca al teclear en el foro. El cinismo, la carcajada hacia
lo que quede de valores porái es buena parte del desfile. Hasta la
hiperconciliación se cuela entre túnicas y colinas para enseñarnos el camino
correcto: el ajeno, claro. Los monosílabos repetidos hasta la saciedad son
dignos de algún retraso mental agudo, si lo llevásemos al rostro. Santidades,
asesinos, burlistas y militantes salen de sus cuerpos mojigatos y se introducen
por el teclado a un espacio en el que cobra valor, desparpajo, omnipotencia y
hasta belleza increíble. Es, pues, una fiesta de disfraces en la que nunca
sabremos si el antifaz lo tiene el carajo sentado allá afuera o el nick redentor que pulula entre esta
multitud de mentirita… “Ya no me gusta”.
viernes, 28 de octubre de 2011
No quiero ser un cliché
No quiero ser un cliché.
No quiero ser el hombre más genial que han visto, el mejor hombre que han
conocido, el tipo más interesante con el que se han encontrado. No quiero ser
un ejemplo para los niños, para los estudiantes, para los profesionales. No quiero
tampoco que se enamoren de mí desde el primer momento en que me vieron. No quiero
hacer camino al andar, ni quiero rasgar el cielo. Menos aún quiero ser un
vacilón o un carajo del carajo. No quiero ser recordado como un tipo bueno o
preferir el olvido. La historia no me absolverá… probablemente ni se entere que
existí. Me niego, a pesar de lo lindo que suena, a vivir en el corazón de los
demás mientras me ignoran ahorita. Prefiero que no me escondan detrás de frases
hechas que impidan dar a conocer la verdad, declamándome en lugar de conversarme.
No quiero ser un monolito al que se le atribuyen poderes mágicos, inventando
cada vez una historia conveniente. No quiero ser un ejemplo de moral ni buenas
costumbres… Así que déjenme tranquilo.
¿Que no mire el pasado?
Me pides que no mire el pasado, pero no sé. Me indicas que la vista atrás
no deja ver hacia adelante, pero no sé. Me dices que diaquí palante es la cosa,
pero no sé. Me paro en este lugar, miro a mi derredor, pero no sé si sentirme
mejor o peor porque no tengo con qué comparar el momento. La audiencia dice que
lo hago muy bien y hasta aplauden, pero no tengo manera de saber si voy mejor o
peor. No es que le haya contado tu recomendación a un historiador, a un
estadístico y a un empresario y se rieron de mí; el hecho es que me siento
desorientado con eso que dijiste. Aunque en el presenté sé qué cosas ajustar,
tengo una miopía funcional que no me abandona. Todo esto sin mencionar los
pecados que tiendo a propinar. Por eso es que ese consejo tuyo… no sé.
Qué jalabolas, pana
Qué jalabolas1
eres. Eres tan jalabolas. Asientes con la cabeza, afirmas, aseveras, defiendes
a ultranza. Qué jalabolas, chico. No criticas, no respondes si no es para
seguir jalando bolas. Te acercas con tu actitud tan pegajosa, abrazando,
preguntando por la salud, echando flores en el piso. Te anticipas, pero no
pegas una. Tus hombros y tu dignidad, siempre tan dispuestas al tacón que hinca
sin chillido de vuelta. Te sacudes el sucio, no importa, y te levantas para
seguir en tu jaladera. Eres el eco de mi discurso, mi primera línea de defensa
incondicional, el deseo cumplido con el chasquear de mis dedos. No tienes un
gramo de vergüenza, no tienes criterio; eres de frases prestadas, tal vez
robadas. Por todo esto, y por el peligro que representas para cualquiera que
alimente tu parasitismo argumental, te dejo ir, te doy la libertad… ¡Que dejes,
coño!
1. La palabra “jalabolas” está compuesta por “jala”, de
halar, y “bolas”, por testículos. Originalmente, es con “H” y separado, pero
así no suena sabroso como para insultar a semejante hijueputa2
Queda cielo
Todavía queda cielo. Todavía brilla el sol. Todavía queda calor en el
ambiente. Finalmente puedo descubrir que el pesimismo me arropaba los ojos.
Miro a un lado y la brisa todavía mueve las ramas. Todavía existe la esperanza,
la sonrisa, la energía que mueve hacia delante. Todavía está la cómoda mecedora
en el patio, que invita con su balanceo como para que me deje caer un rato,
para recuperar lo que todavía no he perdido. Todavía queda aire fresco por
respirar, y creo que lo estoy perdiendo aquí dentro. Nos vemos.
Caerás...
Siento,
pero no muestro. Quiero, pero no digo. Necesito, y aunque no lo sepas, lo tomo
de ti, como un parásito, como un murciélago. Vivo de las ofrendas que los demás
me dejan, después de practicar algún ilusionismo, alguna retórica brillante;
después de fabricarle algunos sueños prestados, sin fecha de devolución… aunque
la tengan. Soy un imán cuyo magnetismo hace que basten las cosas, aunque no se
agache para recogerlas, aunque no las merezca. Soy la atracción de muchos, el
alimento de otros, la esperanza de aquellos. Soy alguien que se hincha con la
sangre del resto, que sonríe con el llanto del resto, que vive con el martirio
del resto. Si no me conoces, lo harás cuando pase a tu lado y quedes prendado
en esa última mirada en libertad; cuando me mires, lo harás por tu propia
decisión. No habrá excusas; si tu corazón me recibe, no importa lo que diga tu
razón: serás mío.
jueves, 27 de octubre de 2011
Todo se frena
Se acabó el combustible del metabolismo del vértigo. Levanto el pié del
acelerador y los motores van cesando su ruido, su calor incandescente. Subo las
escaleras, entro en mi refugio y dejo las llaves en la cesta de siempre. El maletín,
la chaqueta y la corbata quedan a un lado para dejarme en libertad, para ir
desnudando los ritmos propios, la lentitud evitada durante el día. La cama fría
me deja ver al techo, mientras todo da vueltas. La brillanteces de la jornada,
las horas de cola y la preocupación de mañana comienza a desvanecerse con el
humo en el campo. Pronto, muy pronto, sólo se escucha el péndulo del reloj, los
insectos del jardín y mi respiración. La luz de la habitación no es nada ahora.
La decoración de hace meses no aporta. La madera brillante ya no es distintivo
de nada. Me incorporo, y el tipo del espejo no parece merecer admiración alguna…
Me siento solo.
miércoles, 26 de octubre de 2011
Dame mi etiqueta, carajo
Necesito una etiqueta. Es urgente. Necesito entrar muy rápidamente en
una categoría, en un movimiento, en una minoría mayor. Necesito cumplir con los
requisitos establecidos de algún grupo de esos, y sentarme en grupo, retratarme
en grupo. Asumo, por supuesto, el rechazo de los portadores de las otras
etiquetas, seguramente inferiores; yo quiero una buena. Necesito definición. No
puedo andar por ahí, diciendo relatividades, examinando tanto, discerniendo como
si fuese tan inteligente. Yo quiero puro de tómalo o déjalo; no comiences a
evaluar nada: si no se parece, es contrario. Yo quiero erigirme como un nuevo
ser, uno totalmente coherente con algo. Nunca más me capturarán movido en la
foto. Iré hacia adelante sin miramientos y tendrán que admirar al nuevo
espécimen. ¿Quién eres? ¿Tú? ¿Quién me va a dar mi etiqueta? ¿Ah? ¿Por allá?
Se fue en silencio
Se fue y no dijo nada. Se fue y no sé cuándo. No dejó ninguna de sus
cosas… por eso digo que se fue. Se fue y me dejó haciéndome preguntas. Se fue y
no me dejó una pista para descubrir la razón de su ausencia. Lo que si parece
definitivo, es que no está. Cuando me levanto, quedo con el comentario
escurrido. Cuando llego, el grito de saludo se desinfla a su mitad. No hay
destinatario para mis miradas, para mis regalos, para mis ganas. Tal vez sí
sepa la razón, aunque no la he escudriñado. Tal vez se fue con tantas preguntas
como yo quedé. Tal vez tampoco comprendió las respuestas que sugerí. Podría ser
que en su caminata por el parque ahora comience a plantearse las cosas como yo
todavía no me preparo a enfrentar. Tal vez se había ido antes, aunque estaba
aquí, a mi lado. Quizás se preguntaba por mi ausencia cuando estábamos en el
mismo lugar. Quizás yo soy quien se fue primero, y ahora me niego a responder
las mismas preguntas que me fueron encargadas antes, cuando todavía tenía
futuro.
Pediré que me ames
Pediré
por favor de que me ames. Compraré tus besos. Alquilaré unas caricias. A pesar
del precio, lo pagaré, y así serán míos esos menesteres. Llamaré tu atención,
como en subasta, hasta que ya no haya nadie más que se atreva a llevarte.
Suplicaré que me mires. Lloraré hasta que sepas que estoy ahí, después de horas
viéndote dormir. Haré berrinche tras berrinche hasta que me preguntes. Apagaré
la luz cuando leas. Cantaré cuando oigas tu música preferida. Te despertaré
varias veces en la noche, sólo para que recuerdes con quién estás. Te esconderé
tus pantuflas, haré un huequito en tu bata. Mojaré tu pan y colocaré tu comida
al revés. Cerraré el grifo cuando te bañes…y cuando te rindas, y me preguntes
qué quiero, sonreiré y te diré que nada, que todo está bien así, para no
arriesgarme a tenerte al fin, y que comience la terrible cuenta regresiva.
¿Quién es el enemigo?
No
sé cuál es el enemigo. No sé a qué le temo. No tengo ni siquiera, una idea
clara de cuál es el problema. No sé si es que no lo veo, que no siento su voz,
su presencia. No sé si está tan lejos que no puedo acabarlo, o tan alto que no
puedo abrazarlo hasta hacerlo decir la verdad. Paso días sonriendo casi
sinceramente, hasta que llega a mi mente esa preocupación sin forma, sin
colores, sin temperatura. Tengo la sensación de que mi estatura está
disminuyendo a medida que pasan los días, los años sin resolución. Paso al lado
del mismo árbol cada día, y al mirar hacia arriba, todo está cada vez más
lejos, más difícil de alcanzar. Nadie lo ha notado, creo, pero en pocos
intentos me iré convirtiendo en mi problema, en algo inferior, en un bicho que
se come a si mismo hasta desaparecer, sin haber identificado a su verdugo.
martes, 25 de octubre de 2011
No me puedo contener
Ya no puedo contenerme. Me siento tan
cargado de cosas indeseables, que no puedo levantarme. Como toda mala
costumbre, confié y ahora por la puerta abierta se ha inundado mi paciencia, mi
razón, mi compostura. Siento que mis ojos se ponen cada vez más brillantes, mis
párpados parecen no existir; y de repente, un rictus imponente que no
escatimará profusión en lo que sigue. De mis labios comienzan a salir todas las
palabras que debí decir, pero mal dichas, tratando de aparentar una coherencia que
resulta patológica. Mis brazos se mueven sin control, como empujando lo dicho,
lo gritado; mis ojos liberan lágrimas que caen regadas en el piso, por los
movimientos compulsivos de mi cuerpo. Se resquebraja mi voz. He dicho tanto que
mis ojos rojos, húmedos, comienzan a perder su brillo, a ganar una precaria
lucidez. Con el antebrazo limpio mi cara, mientras conservo mis vaivenes.
Todavía de pié, mis voz se apaga como si ya mis ideas adormecidas por mi
jaqueca no fluyesen. Ya puedo mirar a los lados, respirar, recordar dónde estoy
y lo que queda de mí. Sólo sollozos me acompañan en este silencio final. No sé
si tuve la razón. No sé si me excedí, si cometí un error… pero aún temblando,
me siento mejor.
Sobrao palante...
Veo
alrededor y sonrío con comodidad. Veo gente inferior, veo actitudes tímidas que
demuestran que puedo tener el control en cualquier momento. Solo puedo ver
hacia abajo, como si fuese una nube, algo que flota, lejos de menosprecios
propios; lejos de cualquier actitud timorata, sumisa, lapidaria. Soy todo un
rabo de nube, como el amigo aquel. Tengo lo que no se tiene. Me muevo en espacios
exclusivos, limpios, depurados, donde las impurezas, las ligerezas y lo
desbalanceado son descartes casi congénitos. Soy, pues, algo especial; algo que
los demás admiran sin conocer; algo supremo con lo que los demás se conforman
con solo ver. Soy un cuerpo celeste deambulando por las calles de todos, por
las plazas comunes. Soy realmente un regalo, un modelo, un verdadero paradigma
de vida…
- ¿Cómo? ¿Qué no? Pero, ¿por qué? ¡Espera!... dime.
Tremenda inversión
El odio me liberó de estar examinando. Ahora, simplemente odio, simplemente
temo, simplemente agredo. El determinismo enrarecido me liberó de estar
pensando en alternativas, en cambiar las cosas que me parecían mal. La persecución
del dinero me liberó de estar virando la mirada al resto de los prójimos, sólo
usando sus hombros para la nueva promoción. Mirar al fondo del salón mientras
diserto, me ahorra mirar los ojos de la audiencia, y de paso, me da caché. La embriaguez
de la escarcha perenne de las nuevas penumbras me saca de esa vida atada al
suelo, esa que hurga dentro y jode sin cesar. La verdad es que he hecho una
gran inversión que me lubrica el paso de las horas; después veremos. No invertí
en la verdad carrasposa de los álbumes de familia, de recuerdos de amigos, de
amores. Por eso, lo invertí todo.
domingo, 23 de octubre de 2011
Eres... ya no eres (plagiado a mi hija)
Eres la duda, eres el
desamor, eres un escrito con falta de inspiración. Eres la musa
irremediablemente muerta; eres el sol que se esconde para darle paso a la gran
tormenta. Eres la esperanza perdida. Eres agua pasada, el conjunto de palabras
que no se pronunciaron. Eres la lluvia inesperada, el examen sorpresa a estas alturas; eres un
tema que ya no interesa.
No estás aquí
No
estás aquí y trato de llenar mis espacios. Te fuiste y coloco pedazos de
materiales en los retazos de mi vida que creo controlar. Canto, dibujo y
escribo, pero todo me sale tan mal que vuelvo al mismo terrible punto de
partida. Estás lejos y lo que puedo hacer es saberlo. Pareciera que los objetos
que me rodean son forman la audiencia de esta gran payasada que protagonizo, en
la que trato de hacer que uno sea dos con sólo cambiar la posición, con mirar
para varios sitios, con apretar los dientes, esperando que de alguna de las
rendijas de este cuarto cerrado salga algo parecido a ti: tu voz, tu aliento,
tu aroma. He escuchado voces de alerta, de terror, pero como un niño empeñado
seguiré buscando pedazos de cosas que armen tu figura, que rellenen tu lugar en
mi cama. Seguiré enrollándome en una cuerda hasta quedar asfixiado, simulando
que me abrazas, feliz de regresar.
Media burbuja
Me
sentía en una burbuja, entre documentos, entre cuentas, en medio de pleitos
legales. Sentía que no había salida, que debía ser bueno y cumplir con el
entorno. Siempre había existido una inquietud, algo fuera del contexto
calculado, planificado, de otros. Poco a poco fue mostrándose una manera, no de escapar, sino de entrar en
un mundo más conocido, propio, agradable, como cuando te encuentras con un gran
amigo. Poco a poco se ha ido abriendo esa compuerta, y los momentos de recreo
han ido en ascenso. La burbuja está averiada y la mitad de mí está afuera. Uno
de mis pies paga las cuentas, mientras el otro está en el aire. Uno de mis ojos
está atento a lo que ocurre, con suspicacia agotadora, mientras el otro se
cierra, entregado a algo recién encontrado, pero sumamente confiable… que se lo
digo yo. En esta fase, donde soy dos en uno, salto de una parcela a la otra,
sintiendo que el saltito ese prolonga la vida, acorta los esfuerzos, establece el equilibrio.
Que se vaya luz... gracias.
Por
favor, que se vaya la luz y conversemos un rato. Que se vaya la luz y me miras
a los ojos. Que se apaguen todos los aparatos y se acabe el ruido. Que pueda
escucharte respirar, suspirar. Ojalá decreten toque de queda, estado de
excepción, y nos quedemos encerrados aquí, recordando que también en la ciudad
sopla el viento. Ojalá pueda encender una vela y leer un libro que tengo
llevando polvo. Ojalá sólo se pueda escuchar música suave y pueda dormir sin
sobresaltos, sin zumbidos recogidos durante el día. Ojalá que haya tanto
silencio que pueda escuchar lo que pienso. Espero que, de vez en cuando, las
distracciones se descompongan y me dejen en mejores tinieblas, a tu lado.
sábado, 22 de octubre de 2011
Saque una hojita, Jóvito...
Ya no se nos es dada una
hoja en blanco para dibujar por primera vez. Ni siquiera se nos da una hoja con
figuras ordenadas para que identifiquemos las irregularidades y salir airosos
en el examen. Ahora tengo enfrente de mí al jurado invisible, que me presenta panoramas
en desorden, con inoportunidades, con arrepentimientos y rectificaciones al
andar. La prueba en estos tiempos es establecer el orden en ese paisaje andado;
es encontrar cierto patrón que aproveche el camino pasado y reacomode,
reagrupe, lave, deseche y logre un nuevo comienzo. Se me permite copiarme porque es la trampa clásica. Con un lápiz nuevo en mi
mano sana y la vista bien aguzada, todavía no es fácil. Sin embargo, creo que
es sólo remarcar los caminos borrosos que soñé y que siguen enfrente, detrás de
esa cortina de miedo, de parálisis sin explicación, que sigue haciendo
malabares con mi paciencia sin que se le caiga todavía.
...ni con dos pelucas
Con los ojos cerrados
sin querer, por la luz repentina, tropecé y quedé al borde del abismo. Colgando
y lleno de miedo, blasfemé, vituperé y me quejé hasta que ya no pude más. Con los
ojos ya entreabiertos comencé a formular hipótesis, buscando la causa de mi
tragedia tan temprana; si yo lo que quería era avanzar hacia mis sueños. Pude abrir
completamente mis ojos y se me brindó la posibilidad de verlo todo, pero no
quise; ya yo tenía mis culpables, y mi vista estaba exactamente en el otro
extremo, donde estimé que estaría seguro para siempre, lejos de todo aquello. Y
fue entonces cuando me encontraba con los ojos cerrados de nuevo, pero ahora
por voluntad propia, por mi propio designio. Casi tan ciego como al inicio, me
reincorporé y corrí, practicando eso de ser imbécil y caer ahora hacia el
precipicio opuesto. Sentí contrariedad al mirar que estaba en el otro extremo
del pensamiento, sufriendo las consecuencias del signo inverso. Me sentí
bastante estúpido, al mirar hacia el resto de las guías que ignoré adrede. Abriendo
los ojos con mucha rabia hacia mí mismo, y sacudiéndome el polvo la ropa, me
reincorporé. Esta vez no corrí; ni siquiera caminé. Preferí dejar a un lado el
brío que me llevó a los dos extremos y pensé por un rato.
Eso fue hace ya mucho tiempo. Después de decidir
que necesitaba un equilibrio entre los extremos, he intentado más acá, más
allá, cada vez más cerca de ese punto de quietud, de sosiego, de paz; y aunque
no lo he logrado, sé que ya lo más difícil ha pasado; que los sobresaltos son
cada vez menos frecuentes… al menos dentro de mí.
El espejo roto (a Carola)
El espejo está roto. No sé
quién lo rompió; tal vez fui yo mismo en el camino. Mirándolo, ya no soy yo
quien se refleja. Ahora se muestra algo distinto, deformado, roto. Me dicen que
luzco mejor, que luzco como debo y a veces me emociona; pero en el silencio, en
ocasiones de oscuridad, recuerdo mi verdadera imagen… y no es esta. De vez en
cuando veo líneas que no llegan a su destino, sonrisas partidas, miradas
desencajadas. De vez en cuando me sorprendo con la mirada perdida en la
ventana, a través de estas cortinas generosas, por entre estos árboles de
ensueño. Me recuerdo en otros sitios, en otros menesteres, en otras dimensiones.
Me recuerdo en una escasez de otro tipo, más llevadera. Imagino tender mi mano,
mi hombro, mi palabra solidaria. En el espejo de ahora me encandilan varias aristas,
como señalando culpas a cuestas, como rostros de compañeros y adversarios desdeñados
en mi soberbia. Pero parece tarde. En este punto, donde he defendido tanto de
esto, sólo me queda mirarme en el más grande de los trozos del espejo en mi
pared… aunque un poco agachado, casi arrodillado, me veo casi como era: luzco como
debo.
Toca el instrumento
Toca el instrumento, y
si puedes, sonríe. Ejecuta tu arte, pero si nos haces el favor, siéntelo. Cierra
los ojos para traerte de los pelos la alegre inspiración que te balancee de un
lado a otro. Frunce el ceño de vez en cuando para saber que la melodía te trae
recuerdos del pasado. Abre los ojos y fíjalos en quien te acompaña, dedicándole
esta pieza que luego podrían bailar. Riega tu placer entre la audiencia
expectante. Hazle saber que no es un día más, que no es un deber, que no se
trata de conseguir el sustento. Demuéstrales, sin saber, que la sal de tu vida
se encuentra entre tus manos ahora. No escatimes la carcajada que causa tu
deleite. Deja ver el trozo de libertad que se esconde entre esos compases que
dejas volar, esta vez, por compromiso.
Qué ladilla, Pepe
No estoy de acuerdo como trataron el tema de la alimentación
en los niños. ¿Qué piensan ustedes?
Me gusta – Comentar – Hace 3 horas
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María Hola, mi loco, ¿cómo estás?
Juan Epa, Mary. Qué raro verte por estos lares.
¿Cómo está el patuleco?
María Juancito!!!!! Qué sorpresaaaaaa…
Ermenejildo María y Juan como que tenían
tiempo que no se hablaban, jijijijijijji
María pues fíjate que no, Erme. Desde el
accidente del primo, -¿Cómo es que se llama?-. Bastante tiempo
Ermenejildo y tú, Juan, ¿y has sabido de
tu-sabes-quién?
Pepe De verdad, muchachos, me interesa el tema
María mira, Erme, yo sé de quién hablan y no
me agrada que lo traigas a colación
Teresa yo también sé que se trata de mi, Mari,
pero déjalos que se diviertan; total, eso para mí es pasado.
Juan tranquila, Tere, que no estamos hablando
de ti, ¿verdad Erme?
Ermenejildo (grillos)
Pepe ¿Vieron el programa anoche?
Teresa claro que si, Mari. ¿Cuándo nos
vemos?
María la verdad es que tengo que viajar en
estos días. Yo te aviso
Pepe ¿No me van a parar bolas?
Teresa y eso, mana?
María es que terminé con Pepe y no quiero
estar aquí
Pepe qué ladilla…
Juan bueno, muchachas, me despido. Las invito
esta noche a unos tragos en la casa… especialmente a ti, Mari, que estás libre
y sin pegoste. Así te animas un rato.
Pepe pero coño, Juan!
Teresa qué nota! Espéranos allá, verdad Mari?
María claro que sí. Esto se me tiene que pasar
pronto y así rehacer mi vida.
Teresa te quiero mi
locooooooooooooooooooooo!!!!!!!!!!!!!!!
viernes, 21 de octubre de 2011
Soy lo que te mueve
Soy lo que te mueve desde dentro. En tu mente y en tu corazón está mi
imagen inamovible, imborrable. Soy el combustible de tus maderas, el fuego de
tus locomociones. Soy quien te anima, sin decir, sin susurrar siquiera, a
levantarte cada día en repentino sobresalto, saltando de la cama a pensar en el
nuevo plan. Ilegalizarás tu andar. Por mí quemarás ciudades, romperás diques, contaminarás paraísos. Sin
quitar la vista en tu objetivo pétreo, armarás ejércitos invencibles y
sembrarás nuevos bosques con la esperanza futura de descansar en sus sombras. Veré,
desde mi fortín, cómo llegas al valle, subes el precipicio y dejas tu
cabalgadura en mi patio silencioso, sólo para darte de cuenta de que, al halar
la puerta ya sin trancas, sólo te espera una sonrisa y un par de brazos
abiertos.
Por mi bien, siéntate y cállate
No
digas nada: sólo mírame. No me expliques nada, sólo siéntate aquí y déjame
disfrutar de tu presencia. No digas nada, y menos si es algo genial,
inteligente. Te he visto de lejos y me gusta como sonríes, cómo caminas, cómo
disparas miradas perdidas de vez en cuando. No sé cómo es tu voz, y no me
interesa. No he sentido tu aliento, el calor de tu piel, pero me interesas
mucho. Siéntate, anda, por aquí, y no digas lo raro que te puedas sentir, lo
presa de alguna personalidad desquiciada que puedas sentirte; sólo calla y lee
en silencio esta carta que te escribí, levantando la vista cuando te de risa,
para verte bien cuando la intimidación te ataque, cuando tus mejillas se pongan
rojas. En ella escribí todo lo que me pareces, aún estando de lejos, y quiero saber,
adivinando por qué línea vas, tus reacciones ante lo que yo siento… pero no
menciones palabra alguna para que todo sea perfecto, para que no haya la más
mínima posibilidad de daño a este manto de fantasía que inventé y que no quiero
que, ni siquiera tú, el objeto de la creatividad, meta la pata y se esfume
todo.
Está bien. Ya pareces haberla leído toda. Me gustó
mucho cómo la tomaste. Soñaré con eso. Ahora, levántate, camina hacia donde
siempre te he visto y sigue tu vida, olvidando que alguien, en algún momento,
arrancó un trozo de tu alma y se fue para siempre, sin daños, sin palabras, sin
lamentos, sin exageraciones, sin dolor.
La musa dormida
Ahí está, mirándome, recostada cobre un trozo
de papel, una pluma de tinta negra. Tiene un brillo extraño, provocativo, como
invitando a ser usada, a ser instrumento de mi inspiración. La musa bosteza y
sonríe, como en domingo, aletargada, sinvergüenza ella, negando el material que
la pluma reclama. Y yo aquí, entre estas dos antagónicas chicas, tratando de
explicarle a una la somnolencia de la otra, tratando de mediar entre el ocio y
la ansiedad. Soy instrumento de una y dueño de la otra. No controlo ni a mi
dueña ni a mi esclava. Estoy a punto de salir corriendo como medida
desesperada. Estoy a punto de reclamarle a una y amordazar a la otra. Tal vez
deba esperar un poco. Tal vez deba hacerle un cariñito a las dos y solucionar
esto de una vez.
Crujidos mudos
Se escuchan crujidos. Se
siente dolor. De nuevo, me trato de mover para caminar, y la piel se desgarra
para dejar salir algo de tinta roja. Es otra crisis. Es otra posibilidad de
retroceder. Una sugerencia de muy adentro, una voz más necia que yo empuja hacia
fuera para que conserve el camino. Los lados del camino invitan. La distracción
pinta colores más cómodos de seguir, pero creo que seguiré intentando y
logrando. A veces el sufrimiento, en su prepotencia, da paso a sensaciones
enajenadas que permiten cierto refrescamiento en la ruta. A veces, el calor del
día, deja de lacerar y da oportunidad al sueño despierto que me lleva de la
mano, hacia donde la voz dicta. La tentación pasajera me embiste, haciendo que
mis sentidos se violenten, se amotinen, y olas de arrepentimiento potencial
bañen mis pies testarudos. No sé cuánto podría perder si sigo, pero siento que
sé cuánto ganaré en la pelea, sabiendo que el enemigo tiene ganada una parte de
mí.
martes, 18 de octubre de 2011
¿Bailamos ésta?
Letras, ritmos, movimientos que hacen del caminar, bailar. Es una
envoltura que produce una sonrisa entre un giro cadente y otro. Si bailas, lo
ves todo desde abordo. Ves que todo gira alrededor, que los ojos que te miran
lo hacen sin distracción. Hay cercanía, hay contacto; se siente la vida en el
cuerpo de ambos. Si sólo ves, tu cuerpo, tus manos, hasta tu boca, se balancean
para poder sostenerte en la silla, para no caer con la risa en los labios, de
la embriaguez que causan los tambores, guitarras y voces en perfecta mezcolanza.
No hay mucho qué decir; sólo hay que acercarse y saber de qué se trata.
¿Bailamos ésta?
Lo abraza
Lo
abraza como diciéndole “te necesito”. Lo abraza como queriendo apresarlo ya. Lo
abraza urgentemente para que no escape. Lo abraza mientras se balancean con
fuerza, con preocupación. Lo abraza en medio de las luces, con el temor de que
desaparezca en la oscuridad. Lo abraza con fuerza, con correspondencia, con
ganas. Lo abraza con los ojos cerrados, con los labios mordidos. Parece que,
después de ahora, no hubiese mañana.
Llévame lejos
Llévame muy lejos por un rato, antes de que
baje el sol. Llévame a dar un paseo donde no se sienta esto tan feo. No te
olvides de llevar la bolsita con los dulces y el pañuelo, por si se me antoja
comer o llorar. Sácame de aquí por un rato y demos una vuelta, sin mirar el
reloj, sin ver a nadie, sólo caminando a tu lado, agarrados de la mano. No
dejes que permanezca aquí solo, preguntándome cosas, contestándome cosas,
martirizándome con otras cosas. Llévame donde pueda respirar aire un poco más
frío, donde provoque sentarse y ver alrededor, sintiendo tu silencio cómplice,
tu presencia de sabio. Abre esta vaina y deja que mis piernas hagan los suyo,
guiadas por el miedo de seguir entumecidas, paralizadas, sin ejercer su
plausible función de llevarnos donde soñemos. No me dejes aquí, marchitándome
como una planta privada de sol y agua. Sólo tal vez, después de un rato, decida
regresar yo mismo, pero con la certeza de que pertenezco aquí, y para bien o
mal debo dejar mi huella en este sitio, donde soy presa de frecuentes ataques
de ceguera.
lunes, 17 de octubre de 2011
O corres o te emparamas
Hay un flujo en las cosas,
un flujo natural. Es lo más parecido a un equilibrio en movimiento, al avance del agua por
cualquier terreno. Los acontecimientos fluyen, y al encontrar un estorbo,
tienden a rodearlo o a eliminarlo con el tiempo. Si es cuesta abajo,
simplemente caen sin explicar, sin discernir. La fuerza es sólo un componente,
el terreno es el complemento. Habrá canales, represas, y entonces habrá hastío,
derrames, desbordes, tragedias. Es la libertad incomprendida sin límites, sin
restricciones, con las amenazas y satisfacciones a los que haya lugar, siempre
con espacio al arrepentimiento inútil. Allá pues, aquellos que se empeñen en
cerrar los ojos e ignorar adrede lo natural y evidente del agua marchando a su destino.
El bien y el mal
El bien y el mal. Los ojos
inocentes del infante aprenden a definir figuras y movimientos, mientras sus
oídos aprenden a escuchar sonrisas y prohibiciones. “No hagas eso. Eso es malo”,
escucha cuando ensaya, aprende cuando yerra. Y va creciendo y reafirmando sus
buenos y sus malos, hasta que se siente un adolescente invencible, que defiende
lo suyo, que resiente lo distinto. Y pasa el tiempo y comienza sus guerras. Combatirá
con sofisticación de argumentos y criterios lo que no le sea afín, erigiéndose
como el héroe de la razón, como el nuevo paladín de sus conceptos, sin degradaciones
de grises por ningún flanco. Pero su blanco y negro lo irá aislando, y
retrasado por sus propios traspiés ya nadie le rendirá pleitesía como antes,
cuando era creíble. Como un ídolo vencido ganará una dosis letal de
razonamiento que lo hará retraerse y enmudecer ante el nuevo panorama de
verdades ajenas que saltan sobre él y tratan de devorarlo. Del otro lado de la
calle, sus antiguas víctimas comentan de él y se retiran con el morbo
satisfecho. Con suerte, alguien vestido de compasión se sentará a su lado y comenzará
a hablarle desde cero, con palabras grises claras y sonrisa.
domingo, 16 de octubre de 2011
Involuntariamente solo
Estoy solo y no quiero. Estoy libre y no quiero.
Estoy en soledad involuntaria. Si no tengo la voluntad, la libertad se
convierte en grieta que se cierra y estrangula. Cuando la soberanía de la
decisión no existe, cadenas invisibles llueven e igual aprisionan. Si debo
caminar obligado, el avance tiene tintes de ridiculez, de insensatez. No quiero
espaldarazos cuando me arde la espalda. No quiero que me abracen cuando me
duele o cuando me es indiferente la compañía. No quiero. Quiero, más bien,
volver a caer en mi tradicional estereotipo de felicidad, de tranquilidad, que
algunos sesudos dignos de desconfianza
me dictaron una vez… y hasta reí con soberbia. Volveré con el rabo entre las
piernas a practicar los horarios y calendarios, a ejercer los derechos y
deberes, a ajustarme al resto, sin resistencias, sin peros, sin argumentos
brillantes, ¿sabes por qué? Porque así lo quiero, porque así lo necesito,
porque así lo prefiero.
Dámelo, que tú lo tienes...
No hay nada que puedas hacer. No hay palanca que
evite lo que sucederá, o que haga suceder lo que es dictado que no ocurra.
Hacer tu parte… solo eso. De resto, no hay influencia mayor, no hay nacimiento
de tibiezas, de consuelos. Subsisten exactamente el mismo número de lágrimas
que deben; ni más, ni menos. El eco del lamento parece repetir “no es tu
problema”, y la impotencia sólo puede ser comparada en intensidad con la
majestuosidad, con el regalo que no se ve siempre, pero que se tiene en las
manos. Eres una humilde estrella, si así lo comprendieses, que puede alumbrar
pocos, pero certeros caminos. Eres, al menos, una pequeña bandera que indica la
dirección del viento a los viajeros que te saludan de lejos. Eres reflejo de lo
que tienes más cerca, de lo que te rodea. Guardas riquezas que no se sospechan
allí. Riquezas que sólo se descubren con el tiempo, con laceraciones quizás,
con sollozos. Haznos el favor, y comienza a compartir lo que guardas a viva
voz. Sonríe y regala sonrisas. Vive y regala vida. Sólo el convencimiento de
que eres quien eres abrirá los ojos al resto… si es que te importa el tiempo
que nos queda.
Al fin puedo
Al fin bajó el ruido. Al fin bajó el vértigo. Al fin la respiración
agradece el momento. Las mortificaciones difirieron su efecto residual y se
despidieron con un apacible “hasta mañana”. Ya el paisaje no da vueltas. Ya los
flancos no son parajes fugaces, burlones. Ya todo se puede distinguir al
detalle, si se quisiese, aunque hay menos luz. Ya puedo suspirar por cualquiera
de mis pensamientos perdidos. Ya puedo ser menos cauteloso, menos consciente de
“los peligros” que acechan. Ya puedo usar el espaldar con gusto, sin temor a
caer en un letargo en medio de una urgencia. Ya puedo, ya puedo enfrentarme al
terrible enigma de sonreír y no saber por que. Ya puedo, según veo, ser el
desastre que solía ser.
sábado, 15 de octubre de 2011
Inventaré un idioma
Me voy a inventar un
idioma. Ya me cansé de los gustos y modos ajenos. Ya no me calo a quienes
vienen con ínfulas y reglas absurdas. Ahora mismo me pongo a trabajar en ello. Idearé
símbolos que se parezcan más al significado. Inventaré verbos que sean más
activos, que conduzcan a la acción inmediata del sujeto. Crearé calificativos
menos importantes, y que den sólo una pincelada sobre el resto de la
estructura. Seré el padre de las derivaciones más flexibles, aplastando y
dejando atrás los purismos más arraigados. Dejaré al misterio completar mis párrafos,
para que la magia no muera entre paréntesis. Acentuaré lo que sea sustantivo y
desapareceré las palabras necias, acabando así con los oídos sordos. La oratoria
será más sincera y menos aburrida. Inventaré gestos para indicar al hablante
que no se le está entendiendo nada para que reformule la cosa. Todos sabrán
cuando alguien no conoce de lo que está diciendo, y harán su señal. La mentira
ya no será elegante, ni la verdad invisible. En fin, hay tantas cosas por
considerar… pero comenzaré por éstas.
No me expliques el arte
No me expliques el arte.
No para que me guste, no para que lo entienda. Poco me importa el origen, sus
razones. Deja que me guste y será suficiente. No quiero un ultraje en nombre de
la cultura universal. No quiero ser culto a juro, conociendo listas, carteles,
preferencias ajenas sólo para contestar conversas extrañas. Déjame en mi
ignorancia insaciable. Déjame en mi perenne experiencia sensorial, en los que
la vista, el oído y la sonrisa seguirán siendo los que decidan si la obra pasa o
no, si me gusta o si es otro fastidio a saltar. Deja que esa pieza siga siendo
la más bonita que he escuchado, sin saber que fue Pachelbel u otro carajo quien
la escribió: no me importa. Deja de explicar el aroma del café.
viernes, 14 de octubre de 2011
Caín mató a Abel... ¿Cierto?
A ver…
·
Alguien mató a Abel hacer parecer a Caín como
culpable.
·
La gente se pregunta a quién le convenía el
asesinato de Abel; y claro: Le convenía a Caín. Caín es culpable y debe pagar.
·
Algunos responden que quien va ganando no tranca
el juego, por lo que no puede ser Caín.
·
Otros saben que esto así, por lo que saben que
la cosa es al revés.
·
Los demás saben que es al contrario de esto
último.
Mientras, no tenemos pruebas del hecho, ni siquiera sabemos
si existieron Caín y Abel. Sólo tenemos nuestras creencias, sagradas y letales.
Mientras, decenas de hipótesis apasionadas velan el cadáver de Abel, reclamando
su propia verdad y su propia justicia.
Ahora no...
Estoy
acostado en alguna parte. Con mis ojos cerrados siento que un suave torrente de
agua me baña sin llevarme; sólo estoy ahí, refrescado por la humedad perenne,
por el favor inmerecido de alguien a quien desconozco. No sé si mis ojos
cerrados son por placer o miedo, pero así me siento mejor. Escuchando el sonido
del agua en sus pequeñas caídas, cerca de aquí, soy enganchado por la melodía,
tan eterna como el viento, e invariablemente me decido por el sueño y la
sonrisa. Parece no haber alternativa a este estado de éxtasis que me hace
sentir irresponsable. Parece no haber “algo que hacer” mientras soy
destinatario de esto. Son pobres los impulsos de pensar, de discernir entre lo
bueno y lo malo. Son escasas las intenciones de incorporarme y caminar, sobre
todo, porque no sé si es necesario. Tal vez, todo cambió. Tal vez no deba
cambiarlo, y tal vez si… lo que es seguro es que la diligencia no se hará
ahora… no ahora.
Abre tus brazos
Ya puedes abrir los
brazos. Ya puedes sonreír sin sentir deuda alguna. Ya puedes adoptar tu mejor
mala posición. Ya puedes. Siente que no hay cuestionamiento detrás de cada
decisión; piensa que fue la mejor, que cualquiera de ellas que hubiese tomado,
era la correcta. No expliques, no justifiques. Levanta la cabeza y siente la
brisa de sol y rocío. Da pasos sin temer tropiezos, como tantos en el pasado.
El pasado ha muerto; de hecho, muere cada día… hoy, date por enterado. Corre si
quieres, camina al revés, ríete sin razón ajena, sin argumento. Grita sin temer
que te escuchen, grita lo que quieras e imagina que tu voz llega a distancias
traviesas. Ya nunca seas alimento del egoísmo ajeno. Imagina que la soledad es
voluntaria, y como tal, te obedece.
No pudiste botarlos
Botaste
todo cuanto pudiste. Desechaste todo cuanto podías ver alrededor. No quisiste
saber qué era, simplemente decidiste que no existiría ya. Tus negativas y tus
prejuicios hicieron de todo lo que había construido, basura. Parecía no haber
diferencia entre una y otra cosa. Parecía no haber consideración alguna entre
tu audiencia de objetos, criterios, querencias, recuerdos; sólo era basura para
ti. Afortunadamente para todos quienes te rodeamos, esas maravillosas víctimas
de tu altivez son lo que son por sí mismas; nunca podrán estar entre el desecho,
nunca podrán quedarse tranquilas, sin respiración, sin vida, porque son lo que
hacen de la vida, vida. Así que celebremos porque la libertad de los
pensamientos y las ansias de volar de nuestros sueños no serán aplacados por
designios desmedidos, torcidos de los que, como tú, tratan de sujetar con una
mano esclavizante las creaciones de quienes ejercemos la alegría. De verdad que
lo lamento por tí, pero no mucho.
jueves, 13 de octubre de 2011
Sigue siendo un placer
El placer termina produciéndose en el cerebro, por lo que cada maroma
física o sensorial terminará bañando de agua tibia al rey de los órganos, sobre
todo en cada recuerdo que tenga de lo vivido en adelante. Trabajamos para la
memoria del placer, y en mucho menos grado, para el placer en sí mismo. ¿Cuánto
puede durar el vértigo de un momento loco? ¿Cuánto puede durar el sabor en la
boca de una delicia? ¿Cuánto podría durar en nuestro cuerpo el temblor de un
orgasmo? ¿Cuánto podría durar la sonrisa durante la ovación por un trabajo
espectacular, por una obra exquisita? Cualquier respuesta se queda corta con el
tiempo que dura el recuerdo de cada emoción. Esas pocas horas, minutos,
segundos se quedan en nuestro recuerdo por años y seguramente nos causará una risa
pícara de satisfacción cuando estemos más cerca de irnos. Han pasado los años y
los momentos locos han disminuido. Paradójicamente, a pesar de no ejercitar
tanto el esqueleto, el gusto u otro sentido tan frenéticamente como antes,
siguen burbujeantes las sensaciones de placer en mi cabeza, que es donde
supongo que llegan. Siguen brotando risas; siguen estallando cosquillas, dulces
despertares, sueños esperanzados. Y esto se está inundando. En medio de la
quietud, sube la plenitud por las rodillas y regalan inesperados momentos
placenteros; momentos de los que nadie se entera, de los que nadie sospecha y
clandestinamente van tomando la plaza y que sospecho, ganarán la batalla.
Mientras, déjenme gozar de esta extraña transición que me tiene emocionado.
Fiesta Messenger
Messenger me invitó a una fiesta hace unos días. Fui así como con cierta
reserva por lo raro, pero bueno, no haría el desaire. El organizador tenía una
lista de mis amigos y conocidos por la red, e incluso de familiares. Me
emocioné mucho al ver a Pablito, pero al acercarme aparecía como ocupado; y era
natural, dada la ocasión. Lancé una mirada al resto de la audiencia, pero
extrañamente estaban como desconectados, no sé. Me acerqué a saludar a María, y
aunque no se veía hablando con nadie, no me contestó sino hasta un rato luego
con un monosílabo. Le pedí bailar a Susana, pero estaba como ausente. Entre
trago y trago, entre “mira lo que escucho ahora”, se acercaban algunos, pero se
alejaban sin saludar. Varios me dejaron con la palabra en la boca y algunos
otros me saludaron muy efusivamente, aunque se quedaron callados de repente,
desapareciendo sin despedirse. Pasó mucho rato antes de encontrar a alguien con
quien pasé un rato conversando, saber cómo le iba, compartir algunos recuerdos
y noticias. Al final, nos despedimos y quedé en el mismo rincón del comienzo,
solo, mirando cómo llegaban y se iban algunos conocidos, viendo grupitos de
gente se quedaban desconectados del resto, aunque conversando entre ellos. Bueno,
vi el reloj y era hora de irse de esta extraña juntura de gente que aparece
pero no está, que está y no se ve.
miércoles, 12 de octubre de 2011
Eres un dios. Eres... mi mèdico
Llego con mis síntomas a echarte el cuento. Llego y me siento con todo
el ánimo de ayudarnos, con algo leído de la red de redes, con dos o tres casos
de la vida callejera, y claro, dos cuentos de vieja para descartar en tus narices
para que veas que estoy en algo. Llego con el ánimo, pues de brindarte un
diagnóstico casi paramédico y una concusión para que sólo pongas tu firma en la
receta. Pero no, no resulta de esa manera. Como todo un caballero que eres,
como un profesional con vocación social, me has escuchado con sosteniéndote el
bigote y la barba con tu mano derecha. Ha llegado el momento de hablar, y
mientras te incorporas desde tu pose de suma atención, una exhalación te lleva
de nuevo al espaldar antes de joder todo mi escenario, mi montaje teórico. Me
preguntas que de dónde coño saqué todo eso. Con una risa casi carcajeada, me
indicas lo loco de esto y de aquello que dije con tanta certeza. La burlita de
la ironía fue disparada una y otra vez hasta sentirme realmente enfermo. Qué
desastre. Avanzada la consulta, me hacía preguntas a las que no le veía
sentido; enfatizaba en cosas enrevesadas y de las que no leí en ninguna de mis
sesiones internéticas. Al dictar su diagnóstico, se acercó a mí, y delante de
veintipico de diplomas me dijo una vaina que ni escuché, mientras a gritos, mi
cabeza no podía sino sentirse impotente por el hecho de que yo era sólo, cómo
decir, un paciente (o que más me dio arrechera fue la palmadita en la cabeza).
Es una canción
Es
una canción. Es la gana de moverse muy suavemente. Es la intriga de tu voz, de
lo que querrías decir ahora. Es un enigma con tu rostro de portada. Es una
cosquilla detrás de la
oreja. Es una pregunta que no haré, la respuesta que
guardarás para castigar un poco más. Tus caderas pasean por donde pretenden,
sin obstáculos. Es la pleitesía de tus ropajes a la figura que los gobierna. Es
la media luz que complica claridades estudiadas, que transparenta picardías. Es
tu roce sorpresivo que enferma sanidades fingidas, que aflora torpezas
infantiles que los años debieron sanar para no dejarme probar el torbellino que
está a punto de arruinar mi circunspección.
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