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viernes, 7 de octubre de 2011
Pasan los días
Pasan los días y siempre es igual. Pasan los años, y no parece nada
cambiar. Al principio se vivieron las angustias, las alegrías de tenerte y no
tenerte, de perderte. Las aventuras épicas, los saltos por los montes y los
ríos ya son pasado… muy pasado. Eres como una ola sin mar, sin sucesoras, sin
antecesoras: estoy condenado. No hay daños, no hay mentiras, no hay gritos ni
malos ojos. No hay llanto, tristezas manifiestas ni protestas en la habitación.
No parece haber nada, a pesar del aire espeso. No parece quedar nada de lo que
ayer fue, cuando moríamos por la razón contraria. Somos lo contrario a la
efervescencia. Somos lo contrario a la erupción. Somos lo contrario al
estallido de una estrella. Pronto todo nuestro derredor será absorbido por
nuestro silencio. Incluso los objetos serán succionados por nuestro
aburrimiento, y cuando estemos sentados en el suelo, cuando no estemos rodeados
de nada que nos sirva para apoyarnos, que nos sirva para escondernos -sin
siquiera el ánimo de ser enemigos-, nos preguntaremos qué pasó. No habrá nada
original; las mismas carretas corriendo detrás de los caballos que todos
solemos, infaustamente, usar como modo de vida.
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