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sábado, 1 de octubre de 2011

Se esfumaron las razones

Desaparecieron las razones. Lo que halaba de la mano ya no lo hace, y se declara en abandono repentino. Escucho el susurro de siempre, pero ahora mucho más fuerte. El silencio de la soledad de motivos hace que sea tan claro, que se puede entender que no eran suspiros, que no eran susurros. Ahora que las metas de siempre se desvanecen; ahora que la vista ya no está fija en el aparente horizonte del pasado, miro alrededor y comprendo que fue una terrible equivocación estar ciego de pasión, fijando mi mirada en el paisaje y no en el camino. Se quedó enganchada mi esperanza, mis entusiasmos, mis esfuerzos de adolescente en la rama de un árbol pasajero, en las aguas de un río que corría hacia mis espaldas, en una brisa encontrada. Desaparecieron las razones y ahora me doy cuenta –espero que no sea tarde– de que los susurros eran palabras al oído, que las sombras de siempre eran caricias desesperadas por darse, que el llanto que escuchaba con la frecuencia que me daba la gana, era el mío.

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