Con los ojos cerrados
sin querer, por la luz repentina, tropecé y quedé al borde del abismo. Colgando
y lleno de miedo, blasfemé, vituperé y me quejé hasta que ya no pude más. Con los
ojos ya entreabiertos comencé a formular hipótesis, buscando la causa de mi
tragedia tan temprana; si yo lo que quería era avanzar hacia mis sueños. Pude abrir
completamente mis ojos y se me brindó la posibilidad de verlo todo, pero no
quise; ya yo tenía mis culpables, y mi vista estaba exactamente en el otro
extremo, donde estimé que estaría seguro para siempre, lejos de todo aquello. Y
fue entonces cuando me encontraba con los ojos cerrados de nuevo, pero ahora
por voluntad propia, por mi propio designio. Casi tan ciego como al inicio, me
reincorporé y corrí, practicando eso de ser imbécil y caer ahora hacia el
precipicio opuesto. Sentí contrariedad al mirar que estaba en el otro extremo
del pensamiento, sufriendo las consecuencias del signo inverso. Me sentí
bastante estúpido, al mirar hacia el resto de las guías que ignoré adrede. Abriendo
los ojos con mucha rabia hacia mí mismo, y sacudiéndome el polvo la ropa, me
reincorporé. Esta vez no corrí; ni siquiera caminé. Preferí dejar a un lado el
brío que me llevó a los dos extremos y pensé por un rato.
Eso fue hace ya mucho tiempo. Después de decidir
que necesitaba un equilibrio entre los extremos, he intentado más acá, más
allá, cada vez más cerca de ese punto de quietud, de sosiego, de paz; y aunque
no lo he logrado, sé que ya lo más difícil ha pasado; que los sobresaltos son
cada vez menos frecuentes… al menos dentro de mí.
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