Sentado aquí, puedo ver la sombra bien definida
de una nube que pasa justo encima de mí. En los árboles cercanos, puedo ver los
pájaros que se posan en sus ramas, como mirándome, para luego irse cantando.
Por algunos instantes sentí que la gente que pasaba a mi alrededor me veía y
sonreía, sin abrir los labios, para luego seguir su camino. Siento alegría. No
sé por qué, pero por encima de cualquier dificultad, siento alegría. Siento, de
vez en cuando, que soy el centro de la atención de buenos mensajes. Siento que
soy el destinatario de buenas nuevas, aunque no sepa, por ahora, cuáles son. Al
abrir la puerta, siento una brisa que en vez de soplar, me susurra algo. Veo el
columpio en el patio; se mueve como si hubiese sido usado para agradar a
alguien. Hace mucho rato nadie se queja, nadie llora, nadie pregunta. A todos
les ha dado por leer, por sonreír, por descansar en la grama, por dormirse con
la ventana abierta, como dejando de lado el miedo a la vulnerabilidad
descubierta. Parece que estoy en un paréntesis mágico, en un oasis, sin
espejismos, que invita a aprovechar este minuto, esta hora, esta vida. Ya
vengo.
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