Qué jalabolas1
eres. Eres tan jalabolas. Asientes con la cabeza, afirmas, aseveras, defiendes
a ultranza. Qué jalabolas, chico. No criticas, no respondes si no es para
seguir jalando bolas. Te acercas con tu actitud tan pegajosa, abrazando,
preguntando por la salud, echando flores en el piso. Te anticipas, pero no
pegas una. Tus hombros y tu dignidad, siempre tan dispuestas al tacón que hinca
sin chillido de vuelta. Te sacudes el sucio, no importa, y te levantas para
seguir en tu jaladera. Eres el eco de mi discurso, mi primera línea de defensa
incondicional, el deseo cumplido con el chasquear de mis dedos. No tienes un
gramo de vergüenza, no tienes criterio; eres de frases prestadas, tal vez
robadas. Por todo esto, y por el peligro que representas para cualquiera que
alimente tu parasitismo argumental, te dejo ir, te doy la libertad… ¡Que dejes,
coño!
1. La palabra “jalabolas” está compuesta por “jala”, de
halar, y “bolas”, por testículos. Originalmente, es con “H” y separado, pero
así no suena sabroso como para insultar a semejante hijueputa2
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