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viernes, 28 de octubre de 2011

Qué jalabolas, pana


Qué jalabolas1 eres. Eres tan jalabolas. Asientes con la cabeza, afirmas, aseveras, defiendes a ultranza. Qué jalabolas, chico. No criticas, no respondes si no es para seguir jalando bolas. Te acercas con tu actitud tan pegajosa, abrazando, preguntando por la salud, echando flores en el piso. Te anticipas, pero no pegas una. Tus hombros y tu dignidad, siempre tan dispuestas al tacón que hinca sin chillido de vuelta. Te sacudes el sucio, no importa, y te levantas para seguir en tu jaladera. Eres el eco de mi discurso, mi primera línea de defensa incondicional, el deseo cumplido con el chasquear de mis dedos. No tienes un gramo de vergüenza, no tienes criterio; eres de frases prestadas, tal vez robadas. Por todo esto, y por el peligro que representas para cualquiera que alimente tu parasitismo argumental, te dejo ir, te doy la libertad… ¡Que dejes, coño!
1. La palabra “jalabolas” está compuesta por “jala”, de halar, y “bolas”, por testículos. Originalmente, es con “H” y separado, pero así no suena sabroso como para insultar a semejante hijueputa2

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