Cuando
envejezca. Cuando pasen los años que están delante. Cuando eso ocurra y mi
cuerpo no responda a mis mandatos con la misma diligencia, quiero no tener que
correr para encontrar lo que, seguramente, seguiré buscando. Espero que, cuando
mis piernas no corran ya, no tener que caminar mucho para alcanzar lo que esté
enfrente de mí. Espero que cuando mi voz no resuene en los espacios, sólo deba
decir los monosílabos más elocuentes que necesite para que me sepan vivo.
Espero, ojalá sea así, cuando mis manos no puedan ya extenderse, otra mano
llegue hasta a mí y me haga sentir acompañado. Quisiera, cuando ya los días se
cuenten por decenas de miles y mis oídos no estén tan pendientes, escuchar
todavía la música que recogí en estos días, los sonidos de la lluvia, el olor a
tierra mojada, y con eso poder tararear una canción ya olvidada cada día. Sería
un regalo, que cuando mis ojos ya no distingan lo lejano de lo cercano, lo
quieto de lo que se mueve, los colores de la oscuridad, tu rostro bañase los
restos de lo que alguna vez te recorrió por cada segundo de tus danzas en mi
nombre. Espero, sin mucho decir, que esos mismos ojos inútiles me regalen una
lágrima al tiempo de mi última sonrisa.
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