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jueves, 6 de octubre de 2011
No llegaste...
Te esperé y no llegaste. Después de que me preparé para verte de nuevo,
no apareciste. Luego de colonia, ropa limpia, sonrisa propia, no llegaste. Vi
como los demás llegaban, se saludaban, compartían un rato con las tazas y los
platos como testigos, y mi sonrisa nerviosa contaba de tu ausencia. Mirando de
un lado a otro, de una mesa a otra, pude ver lágrimas cayendo en las copas,
sonrisas vertidas en las servilletas, rubor enredado en los cubiertos. Miraba
el reloj, miraba la puerta, me miraba sentado allí, apretando la poca esperanza
que me quedaba, para que no se escurriera hasta el piso. No viniste. Tal vez
fue el miedo. Tal vez fue la expectativa exagerada. Tal vez fue falta de deseo
y cortesía. No sé lo que fue, pero lo que creo saber es que estoy solo, con una
ensalada que me mira, se ríe de mí y me comenta con la copa de vino. Me siento
ridículo. Parece que todos supiesen que fui plantado por alguien volátil,
impredecible. Puedo verte en las pantallas de distracción del local, en un
sitio no tan lejano de esta calle, indecisa, preguntándote si terminas de
llegar o no; tratando de decidir algo que sea más o menos cómodo para ti, sin
tener que hacer promesas a un tedioso, sin tener que dejar una parte de ti
conmigo. Es tarde, mejor me voy… antes de que puedas llegar y complicar todo.
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