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martes, 4 de octubre de 2011

Estoy borracho...


Estoy borracho. Llevo ya unos cuántos tragos de no me acuerdo qué, apenas me puedo mover. Según veo, estoy en la barra de un local nocturno. La luz baja, la gente bailando en el fondo, mucho ruido de música y voces exaltadas; mis párpados a medio andar disminuyeron sus latidos y ahora amenazan con cerrarse en cualquier momento. Miro lentamente, claro, alrededor, y veo gente borrándose en las oscuridades, sorprendidas de vez en cuando por algunas de las luces giratorias que vienen a develar el secreto… pero no veo bien. Estoy apoyado sobre mi codo en la barra, de espaldas a ella, extraña y cómodamente sentado en una silla altísima. Cada vez que voy al baño, a establecer un nuevo equilibrio fisiológico, debo bajarme y subirme a esta terrible silla sólo para sobrios y malabaristas. Ya no puedo caminar con el estilo que me caracteriza, y creo que me pillaron, pero no me importa. Seguiré aquí, escuchando mi música, pensando en esos ojos que me siguen trayendo loco. Seguiré escribiendo sobre decenas de servilletas, si me alcanzan. Seguiré balbuceando cada canción que conozca, como el mejor de los disyokis. Seguiré recogiendo mi cuerpo cada media hora hasta que quede derecho de nuevo, y comenzaré cada nuevo ciclo de incertidumbres sensoriales. Seguiré aquí, bebiendo, hasta perder la conciencia residual y algún buen espíritu me lleve a casa mientras esté al volante. Estem… ¡Salud!

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