No
sé cuál es el enemigo. No sé a qué le temo. No tengo ni siquiera, una idea
clara de cuál es el problema. No sé si es que no lo veo, que no siento su voz,
su presencia. No sé si está tan lejos que no puedo acabarlo, o tan alto que no
puedo abrazarlo hasta hacerlo decir la verdad. Paso días sonriendo casi
sinceramente, hasta que llega a mi mente esa preocupación sin forma, sin
colores, sin temperatura. Tengo la sensación de que mi estatura está
disminuyendo a medida que pasan los días, los años sin resolución. Paso al lado
del mismo árbol cada día, y al mirar hacia arriba, todo está cada vez más
lejos, más difícil de alcanzar. Nadie lo ha notado, creo, pero en pocos
intentos me iré convirtiendo en mi problema, en algo inferior, en un bicho que
se come a si mismo hasta desaparecer, sin haber identificado a su verdugo.
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