De una vez dejó de escribir en Facebook.
Nunca más se vio con “Leídos” en el Outlook. Nadie más supo de su buzón en MSN.
Las fotos en las que aparecía sonriendo, gozando en grupo, mirando los
farallones cuando de viaje, adoptaron un extraño matiz gris que nadie se
explica. Siempre sale alguien y pregunta por él, siempre alguien lo recuerda,
pero nunca hay respuestas a la pregunta. De vez en cuando le “doy un toque”, le
escribo una letanía recordando viejos tiempos, le envío un zumbido por
Messenger, pero lo más que he podido lograr es una brisa que silba su nombre,
una sombra en el espejo. Más tarde, muchos días después, alguien reportaría la
entrega de un papel amarillo de sucio, contando una historia; toda de un pasado
en remoción, con su firma temblorosa al pié y una carita feliz sin boca.
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