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jueves, 13 de octubre de 2011
Sigue siendo un placer
El placer termina produciéndose en el cerebro, por lo que cada maroma
física o sensorial terminará bañando de agua tibia al rey de los órganos, sobre
todo en cada recuerdo que tenga de lo vivido en adelante. Trabajamos para la
memoria del placer, y en mucho menos grado, para el placer en sí mismo. ¿Cuánto
puede durar el vértigo de un momento loco? ¿Cuánto puede durar el sabor en la
boca de una delicia? ¿Cuánto podría durar en nuestro cuerpo el temblor de un
orgasmo? ¿Cuánto podría durar la sonrisa durante la ovación por un trabajo
espectacular, por una obra exquisita? Cualquier respuesta se queda corta con el
tiempo que dura el recuerdo de cada emoción. Esas pocas horas, minutos,
segundos se quedan en nuestro recuerdo por años y seguramente nos causará una risa
pícara de satisfacción cuando estemos más cerca de irnos. Han pasado los años y
los momentos locos han disminuido. Paradójicamente, a pesar de no ejercitar
tanto el esqueleto, el gusto u otro sentido tan frenéticamente como antes,
siguen burbujeantes las sensaciones de placer en mi cabeza, que es donde
supongo que llegan. Siguen brotando risas; siguen estallando cosquillas, dulces
despertares, sueños esperanzados. Y esto se está inundando. En medio de la
quietud, sube la plenitud por las rodillas y regalan inesperados momentos
placenteros; momentos de los que nadie se entera, de los que nadie sospecha y
clandestinamente van tomando la plaza y que sospecho, ganarán la batalla.
Mientras, déjenme gozar de esta extraña transición que me tiene emocionado.
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