No hay nada que puedas hacer. No hay palanca que
evite lo que sucederá, o que haga suceder lo que es dictado que no ocurra.
Hacer tu parte… solo eso. De resto, no hay influencia mayor, no hay nacimiento
de tibiezas, de consuelos. Subsisten exactamente el mismo número de lágrimas
que deben; ni más, ni menos. El eco del lamento parece repetir “no es tu
problema”, y la impotencia sólo puede ser comparada en intensidad con la
majestuosidad, con el regalo que no se ve siempre, pero que se tiene en las
manos. Eres una humilde estrella, si así lo comprendieses, que puede alumbrar
pocos, pero certeros caminos. Eres, al menos, una pequeña bandera que indica la
dirección del viento a los viajeros que te saludan de lejos. Eres reflejo de lo
que tienes más cerca, de lo que te rodea. Guardas riquezas que no se sospechan
allí. Riquezas que sólo se descubren con el tiempo, con laceraciones quizás,
con sollozos. Haznos el favor, y comienza a compartir lo que guardas a viva
voz. Sonríe y regala sonrisas. Vive y regala vida. Sólo el convencimiento de
que eres quien eres abrirá los ojos al resto… si es que te importa el tiempo
que nos queda.
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