El espejo está roto. No sé
quién lo rompió; tal vez fui yo mismo en el camino. Mirándolo, ya no soy yo
quien se refleja. Ahora se muestra algo distinto, deformado, roto. Me dicen que
luzco mejor, que luzco como debo y a veces me emociona; pero en el silencio, en
ocasiones de oscuridad, recuerdo mi verdadera imagen… y no es esta. De vez en
cuando veo líneas que no llegan a su destino, sonrisas partidas, miradas
desencajadas. De vez en cuando me sorprendo con la mirada perdida en la
ventana, a través de estas cortinas generosas, por entre estos árboles de
ensueño. Me recuerdo en otros sitios, en otros menesteres, en otras dimensiones.
Me recuerdo en una escasez de otro tipo, más llevadera. Imagino tender mi mano,
mi hombro, mi palabra solidaria. En el espejo de ahora me encandilan varias aristas,
como señalando culpas a cuestas, como rostros de compañeros y adversarios desdeñados
en mi soberbia. Pero parece tarde. En este punto, donde he defendido tanto de
esto, sólo me queda mirarme en el más grande de los trozos del espejo en mi
pared… aunque un poco agachado, casi arrodillado, me veo casi como era: luzco como
debo.
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