Llévame muy lejos por un rato, antes de que
baje el sol. Llévame a dar un paseo donde no se sienta esto tan feo. No te
olvides de llevar la bolsita con los dulces y el pañuelo, por si se me antoja
comer o llorar. Sácame de aquí por un rato y demos una vuelta, sin mirar el
reloj, sin ver a nadie, sólo caminando a tu lado, agarrados de la mano. No
dejes que permanezca aquí solo, preguntándome cosas, contestándome cosas,
martirizándome con otras cosas. Llévame donde pueda respirar aire un poco más
frío, donde provoque sentarse y ver alrededor, sintiendo tu silencio cómplice,
tu presencia de sabio. Abre esta vaina y deja que mis piernas hagan los suyo,
guiadas por el miedo de seguir entumecidas, paralizadas, sin ejercer su
plausible función de llevarnos donde soñemos. No me dejes aquí, marchitándome
como una planta privada de sol y agua. Sólo tal vez, después de un rato, decida
regresar yo mismo, pero con la certeza de que pertenezco aquí, y para bien o
mal debo dejar mi huella en este sitio, donde soy presa de frecuentes ataques
de ceguera.
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