En medio de la
escaramuza casi definitiva, echaste una nube de polvo y me dejaste sin
palabras. Luego de reflexiones y resoluciones, me engatusaste de nuevo. Justo
cuando iba a pararme encima del monstruo y declarar mi libertad, hiciste un
puchero desconsiderado, truculento, efectivo. Aquí estoy de nuevo, haciéndote
ojitos, como el propio pendejo, esperando, sin querer, la próxima bofetada.
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