La tarde de un día cualquiera, en un vagón
del Metro, un hombre joven con apariencia tranquila, entró y entre muletillas y
repeticiones y dijo:
-
Buenas tardes, señoras y señores. Mi intención no es molestar, por lo que voy a
ser breve. Hace cuatro meses salí del penal de Tocorón, y prefiero venir aquí y
pedir esta colaboración antes de meter mi mano y hacer algo indebido.
Miré
alrededor y pude aprecia que nadie le prestaba atención directa, y menos, hubo
la colaboración solicitada. Después de un paseo de un lado al otro del vagón
con la mano extendida y agradeciendo de antemano, se escuchó una nueva
conminación:
- Dado
que nadie me paró bolas, voy a tener que recurrir al mecanismo alterno, por lo
que – sacando un revólver – señoras y señores: esto es un atraco.
Inmediatamente
comenzaron a ondear billetes en las manos. Billetes de veinte, de cincuenta y
hasta uno de cien.
Después
de apilar los billetes arrancados de las manos temblorosas, nuestro personaje
levantó la vista, se dirigió a la audiencia, y mientras con una sonrisa en los
labios y metiéndose el inmenso bulto de billetes en su bolsillo, asestó:
-
¿Vieron? Yo siempre he creído que a la generosidad hay que darle un
empujoncito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario