He visto la conversa
entusiasta de quien ha gozado el privilegio. He estuchado el placer de sentir
que otros fueron desplazados cuando llegamos “nosotros”. He sentido la muy
mojitaga sensación de que era injusto. Era un grupo, era el grupo. No había
nada mejor que el relato entre hielo, tragos y botellas. Los cuentos y chistes
salían por doquier, pero no podía -qué vaina- discordar abiertamente, en voz
alta, por sentir la identificación casi automática de casi el resto. “Yo soy
más cuando estoy en ese sitio, con esa gente tan generosa”, se escuchaba entre
invitaciones a sentir lo mismo, con fecha y hora. Era la venta directa del
encumbramiento a costa de unos otros que quién sabe qué seres potencialmente
inferiores serán… y ni mucho importará. Entre algunos gramos de desilusión,
fastidio y no juego más, opté por virar la mirada y escuchar el cuento
superficial que tanto esperaba, donde residía exactamente, el montón de
pendejadas, buenas y previstas para el momento.
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