Casi
lo alcanzo, pero no lo he hecho; sólo sigo. Horas, días, años de ansiedad, de
creer que lo tenía en el bolsillo, de creer que era su dueño, y resulta que
siempre ha estado a cierta distancia, que no lo he tenido nunca. Debo reconocer
que me ha servido de guía, para saber hacia dónde voy, lo que quiero, pero
parece que terminaré, en algún momento, muy cansado, desilusionado. Es como el
cuento del burro y la zanahoria, en el que una promesa casi palpable se
mantiene tan cerca como para atraer, pero tan lejos como para no ser. He
imaginado el sabor, el aroma; he soñado con estar a su lado, tranquilo,
descansado, o al menos con alguna certeza, aunque sea adversa. La conciencia de
mi situación no me da energías para detenerme, para decidir de una vez. Soy un
enfermo con conciencia de su enfermedad, pero sin disposición a cambiar. Soy mi
propio verdugo, y los dos papeles me quedan al dedillo…tal vez, en silencio,
decidí no renunciar a ninguno de los dos.
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