El conocimiento vino
para quedarse. El exceso de conocimiento, en cambio, vino para desplazar la
convivencia. La convivencia con el otro, con la naturaleza. Si vemos una escena
natural, antes queremos saber dónde es, de qué está compuesta y de quién es, en
lugar de disfrutarla, cuidarla,
transmitirla. En lugar de practicar el respeto espontáneamente, nos
especializamos en establecer los parámetros del respeto, sus límites en el
individuo, las causas sociológicas por las que no hay suficiente respeto. En lugar
de amar infinitamente, necesitamos saber si vale la pena, si es para siempre,
si tiene la misma intensidad, si es para mí solito. El miedo necesita certeza,
seguridad, y en algún grado el conocimiento pretende rellenar ese bache. Por
eso ha de ser que en lugar de levantar a quien resbaló en la calle, pensamos
antes si no nos estaremos metiendo en problemas. Lo bueno de lo que estamos
conformados se oculta y se atrofia, mientras nuestra reluciente capacidad de
saber sin sentir ni obrar se hace inevitable y omnipresente, sólo para efectos
de vitrina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario