Cuando chamo, fuiste mi
héroe. Al escucharte por la radio y la TV no podía hacer nada más que escuchar
y archivar. Cuando adolescente, era tu admirador, te citaba en mis reuniones,
reflexionaba con tus palabras. De alguna manera, cambiaste mis modos, y en mis
acciones se transparentaban tus ideas. Unos años después, con la misma
vehemencia que te defendía, entre textos y noticias, me enteré de tus lados
flacos, de tus confusiones, de tus errores. Es más, supe, con terrible
sorpresa, de tus crímenes. Y claro, fue devastador saber que algunas de mis
columnas se derrumbaban, pero hasta eso pasa, ocurre, transcurre. Con algunos
años encima ya, he aprendido algunas cosas bien artesanales, como diseccionar
las simpatías, los respetos, las ideas que me interesan, que me mostraron un
aspecto de la verdad, de la basura en la que te permitiste revolcarte.
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