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sábado, 17 de septiembre de 2011

La moral llamó a tu puerta


La moral llamó a tu puerta y abriste, como es natural, ¿cómo más podría ser? La invitaste a pasar y sentar en tu sala ordenada, le ofreciste café. Sacó ella una libreta de pocos años de uso y te preguntó un trío de cosas. Quedaste atónito. Quedaste como una mesa con dos patas. En medio de tu silencio, ella se levantó y se fue sin beber tu café. No hablaste más por un tiempo. Resultó que no llenabas los requisitos de la moral para pertenecer a ese selecto club. Resulta que habías tenido unos deslices, unas tentaciones, unos malos consejeros. Resulta que el brillo pretendido era artificial, cosmético. Resulta que no trajiste los recaudos a tiempo, y el asunto no tenía prórroga. Sin embargo, y muy a pesar tuyo, casi sin explicación, te sientes muy bien y hasta orgulloso. Sin embargo, no puedes cotejar lo que sientes ahora con lo que esperabas ser. Sin embargo, y casi afortunadamente, no lamentas el hecho, no te quejas ni te flagelas lo suficiente como para que los demás te consideren digno.

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