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viernes, 23 de septiembre de 2011

Hola, Julián


Recuerdo que de niño tenía un amigo con quien conversaba de vez en cuando, desde mi timidez; de quien escuchaba historias muy entretenidas, al  punto de perder la noción del tiempo. Era el viejo Julián, quien era un vecino nuestro a eso de mis diez años. Julián murió luego, después de que nos mudamos, dejando ese mal sabor de la pérdida de alguien que se alegraba cuando te veía sentado enfrente de la casa y se sentaba a tu lado como el mejor de los amiguitos. Julián era como un maestro en mis tiempos libres; mientras mis padres estaban trabajando y llegaban en la noche al barrio a dedicarme sus minutos de amor cansado, ya Julián había hecho parte del trabajo. Recuerdo que en esas aproximaciones a monólogo del viejo se comenzaban a mostrar algunos valores, como la honestidad y la solidaridad. La simpatía pedagógica de mi amigo era, pensándolo ahora, su herramienta para colaborar con mi crianza, para dejar muy cerca de mí algunas opciones a utilizar en el futuro. Ya Julián no está, pero muchas de sus enseñanzas permanecen útiles en mi camino… cosa que siempre agradeceré. Por cierto, recordándolo ahora y sin preguntarle a mis viejos o a los vecinos de entonces, no supe nunca la religión de Julián, su tendencia política, sus preferencias filosóficas; seguro las tenía, porque a veces lo veía discutiendo con los otros  viejos en términos no entendibles para mí. Lo único que sé es que al momento de hablar, Julián poseía el don de maravillar a un niño de diez años con la idea de hacer el bien; y yo, en retribución, le dedicaba mis momentos libres de prejuicio a aquel vecino que la vida me regaló.

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