¿Dónde están
aquellos días de estar juntos? ¿Dónde quedaron las conversaciones que entre
todos tanto disfrutábamos? ¿Qué fue de la mesa que nos veía discutir, reír,
rezar? ¿Qué hicieron con aquella casa, en la que cada cosa estaba puesta de una
manera mágica? ¿Por qué crecemos sin la posibilidad de fabricar algo igual?
¿Será la escasez de dificultades, la falta de unión para la dificultad, para la
necesidad entretenida? ¿Dónde están las prendas viejas que nos acobijaban como
nada más lo ha podido hacer en estos días? No había mucho brillo, pero se veía bien
cuando llegaban quienes más nos querían, quienes más nos cuidaban, quienes, tal
vez, no sabían decir las palabras que ahora manipulamos vacía y abusivamente.
No me enteraba si sobraba algo, pero, seguramente, no faltaba nada… todo estaba
en su punto, en su momento. Ningún exceso hacía que la diligencia de cuidar los
tesoros logrados fuese emocionante. Esos tesoros, esos que nunca sirvieron de
chantaje, de bofetada, de manipulación, eran las más vistosas vestimentas de
quienes, sin saberlo, hicieron nacer y crecer mis conversaciones internas, mis
sueños, mis benditas disyuntivas entre el bien y el mal. Voy a ver cómo me
levanto y miro lo que llevo dentro, para ver si queda material para reproducir
en otros, en mí mismo, la riqueza que se me otorgó y que no veo esparcida por
ningún lado.
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