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domingo, 25 de septiembre de 2011

¿Raíces incorrectas?


Ya ha pasado mucho tiempo. Ya hubo diásporas, invasiones, migraciones. La naturaleza, la guerra o la legítima voluntad han hecho que los unos se muevan donde están los otros y creen, queriendo o no, algo distinto a lo que había. Hay renovación, hay evolución. Nosotros no escapamos y el concepto de identidad se difumina y es casi tan variado en la población como el número de habitantes. Muchos somos hijos de gente que vino, y en pocos siglos somos capaces de hablar de lo autóctono, de lo nuestro, de las raíces. Con un idioma impuesto, un cuatro que parece una guitarra, un arpa que parece una lira y un bajo eléctrico, afirmamos categóricamente que tocamos música de nuestras raíces, nuestra música. Las palabras con la que transmitimos nuestros pensamientos, cambian al pasar de los tiempos. El olvido hace lo suyo y las nuevas modas comerciales hace que “lo nuestro”, séalo o no, sea lo nuestro. La globalización sigue en su intento porque  “lo nuestro” sea “lo de ellos”, mientras los hechos y pensamientos de la historia local se van olvidando y pasando a un segundo término, a ser un tema más de conversación que se termina, para salir cuando hagamos turismo nacional, entre una hallaca o un pabellón, seguramente en la capital. Entones, ¿Cuáles son nuestras raíces, nuestra cultura? ¿Es incorrecto usar alpargatas, velos o turbantes? ¿Es tan fuchi llevar música del Llano, Los Andes u Oriente en el carro, mientras los hijos reguetoneros se quejan? ¿Es tan fea la independencia? Sin ser mojigatos, ha de ser como el amor romántico el amor por la tierra, entendiéndolo cada quien a su manera, de cerca, de lejos. Ha de ser un concepto por el cual la gente se una y cree una querencia común llamada, en nuestro caso, Venezolanidad. Tal vez querré a mi tierra desde una mecedora en El Conde, entre libros y vecinos de toda la vida. Tal vez querré a mi tierra desde el trabajo en el campo, en la costa, en la oficina. Tal vez querré a mi tierra de lejos, como quien recuerda su primer amor, aquello que pudo ser y no fue. Comoquiera que la quiera, y sea de verdad verdad, hay un pedazo de raíz en cada uno que nos hace ser parte de esta tierra que no morirá por decreto, por voluntad ajena. Asumamos entonces nuestra fracción, nuestro aporte a lo propio, que por más etéreo que sea, siempre tendrá ese saborcito sabroso y refrescante de papelón con limón.

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