Ya ha pasado mucho tiempo. Ya hubo diásporas, invasiones,
migraciones. La naturaleza, la guerra o la legítima voluntad han hecho que los
unos se muevan donde están los otros y creen, queriendo o no, algo distinto a
lo que había. Hay renovación, hay evolución. Nosotros no escapamos y el concepto
de identidad se difumina y es casi tan variado en la población como el número
de habitantes. Muchos somos hijos de gente que vino, y en pocos siglos somos
capaces de hablar de lo autóctono, de lo nuestro, de las raíces. Con un idioma
impuesto, un cuatro que parece una guitarra, un arpa que parece una lira y un
bajo eléctrico, afirmamos categóricamente que tocamos música de nuestras
raíces, nuestra música. Las palabras con la que transmitimos nuestros
pensamientos, cambian al pasar de los tiempos. El olvido hace lo suyo y las
nuevas modas comerciales hace que “lo nuestro”, séalo o no, sea lo nuestro. La globalización
sigue en su intento porque “lo nuestro”
sea “lo de ellos”, mientras los hechos y pensamientos de la historia local se
van olvidando y pasando a un segundo término, a ser un tema más de conversación
que se termina, para salir cuando hagamos turismo nacional, entre una hallaca o
un pabellón, seguramente en la capital. Entones, ¿Cuáles son nuestras raíces,
nuestra cultura? ¿Es incorrecto usar alpargatas, velos o turbantes? ¿Es tan fuchi llevar
música del Llano, Los Andes u Oriente en el carro, mientras los hijos reguetoneros
se quejan? ¿Es tan fea la independencia? Sin ser mojigatos, ha de ser como el
amor romántico el amor por la tierra, entendiéndolo cada quien a su manera, de
cerca, de lejos. Ha de ser un concepto por el cual la gente se una y cree una
querencia común llamada, en nuestro caso, Venezolanidad. Tal vez querré a mi
tierra desde una mecedora en El Conde, entre libros y vecinos de toda la vida. Tal
vez querré a mi tierra desde el trabajo en el campo, en la costa, en la
oficina. Tal vez querré a mi tierra de lejos, como quien recuerda su primer
amor, aquello que pudo ser y no fue. Comoquiera que la quiera, y sea de verdad
verdad, hay un pedazo de raíz en cada uno que nos hace ser parte de esta tierra
que no morirá por decreto, por voluntad ajena. Asumamos entonces nuestra fracción,
nuestro aporte a lo propio, que por más etéreo que sea, siempre tendrá ese
saborcito sabroso y refrescante de papelón con limón.
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