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martes, 27 de septiembre de 2011

De lejitos te ves mejor


Siempre te veía de lejos, así como ahora. Siempre la distancia te favorecía; tu sonrisa, tus palabras inaudibles, tus gestos, eran arropados por mis ideales, por mi deseo desprendido de algo que no conocía. La gente que te rodeaba te brindaba exactamente lo que esperabas de cualquiera: atención. De ahí, tu bienestar aparente, ese bienestar que mi ilusión deseaba que compartieras conmigo. Pero hubo la decisión. La distancia comenzó a desaparecer. Los metros fueron siendo cada vez menos con cada paso que daba, con cada empujón que el entusiasmo, ingenuamente, me daba. Y la calamidad se posó sobre mi hombro, mientras me recitaba mi triste descubrimiento. No existía el brillo que imaginé desde la distancia. No emanaban las palabras que esperaba. Tu sonrisa elaborada me recibió en modo cóctel. Me convertí en tu trofeo durante efímeros segundos de vigencia. No supe qué hacer; reí sin querer, respondía sólo porque sí, y en un momento supe que estaba en el lugar y momento equivocados. Al ver mis pies sin piso, usé mi honestidad para convertirme en desechable, en fuera de lugar, en un engañado voluntario. Me fui, me alejé de nuevo. Hoy, al pié de esta escalera, me atrevo a disfrutar de nuevo de tu presencia, con la certeza de que hoy eres mi creación, de lejos, a salvo, con mucha tierra de por medio.

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