Suena raro, ¿no? Su antiguo
y tan afín maltrato femenino ha ocupado los espacios a lo largo de la historia en
las conversaciones, en los diarios y programas de radio y TV. Es curioso que las
causas para ocultar, tanto el maltrato femenino como el masculino es el mismo:
El machismo.
Cuando un hombre maltrata física o síquicamente a una mujer,
al saberse se juzga exactamente como lo que es: un acto de cobardía de parte
del hombre. Paradójicamente, cuando se sabe de un abuso femenino de una mujer
sobre un hombre, también se cataloga como un acto de cobardía por parte de un
hombre.
Antiguamente, según he escuchado, el hombre que maltrataba a
su compañera o a cualquiera otra dama, estaba excusado por ciertas reglas implícitas
del entorno, es decir, podía ser un escándalo pero podía ser, de cierta forma,
normal.
Más contemporáneamente, cuando una mujer ofende de palabra o
físicamente a un hombre, no puede ser realmente
un “abuso”. Seguramente será una pataleta, un berrinche, un exceso, pero
prácticamente nunca se concretará esta acción en una denuncia ante los vecinos
o las autoridades; muchísimo menos, claro, en una llamada de auxilio para que
este grupo de asistentes vengan en plan de ayuda cuando ocurra la violencia.
“Coño, Ignacio, ven rápido que Eulalia me está insultando y hasta
se atrevió a darme un golpe… ¡Apúrate!”. El molde cobrará fuerza en el amigo al
que se recurre y no sería rara una respuesta del tipo: “Pero bueno, pendejo, ¿te
vas a dejar? ¡Métele su coñazo pa que respete!”.
Es una situación compleja en la que un abuso de una persona
veja a otra, pero como “la cosa no debe ser así, sino al revés”, no es posible
que se ejerza el derecho que nos asiste a todos en caso de violencia doméstica
por pudor… total, si es por pasar vergüenza, tal vez evitar al público sería
mejor, ¿no?
Para concluir debemos siempre enfatizar el dicho “A la
mujer, ni con el pétalo de una rosa”. Pues extendamos, muchachas de usual expresión
ardiente, el pétalo sobre nuestro gremio y así vivir en sana y queridísima paz.
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