Desde hace rato ejecutas tu andar, tus maneras
brillantes, tus destrezas sobrenaturales. Desde hace mucho te miro y no dejo de
maravillarme. Busco una pizca de error en tu desempeño, y no encuentro nada…
aunque de repente, erraste. Lo hiciste. La sorpresa de la nota discordante, mis
ojos exageradamente abiertos pudieron ver tu gesto humilde, esa rareza de tus
días, intentándolo de nuevo… por supuesto, con éxito esta vez. Y volviste al
mismo rictus de perfección que te caracteriza ante todos nosotros. Retomaste la
sutil petulancia a la que te llevan los aplausos. Sin embargo, me queda ser
espectador de aquel instante en el que se derrumbaron tus seguridades, tus
garantías, tus proyecciones de bienestar eterno. Me queda el regalo de saber
que todo lo que has logrado es con mucho esfuerzo, hora tras hora; que no eres
un ser extraplanetario, un autómata programado. Es tu mérito ser lo que eres,
lograr lo que has logrado, aunque te eleves y nos veas desde arriba… pero
recuerda, te vi, sé quién eres detrás de la fortaleza que vendes. Por un rato,
entre en la ranura que abrió el destino para saberte más cerca, más humana, y,
de cierto modo, más mía.
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