La cobardía, agridulce arte de no entrar, salvación
sin buen recuerdo; a veces, cerrar los ojos y la boca, cerrar voluntariamente
el entendimiento. Parece ser la cobardía un salto a la supuesta supervivencia.
Costoso salto, sin gloria, sin gracias, y, para colmo, con ocasional
publicidad. ¿Cuándo la precaución se viste formalmente de cobardía? ¿Cuándo
dejamos de ser inteligentes para ser unos pobres cobardes? ¿Cuándo un mecanismo natural de autoprotección se convierte en
una desgracia crónica, en una manera de vivir? Ojalá el tiempo adicional de
vida que me obsequia esta manera de existir, baste para enterarme de algo
bueno; mientras, el tic-tac me sigue quemando mis esperanzas.
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